Lalo & Zapico | Crítica

Refinada monotonía veneciana

Daniel Zapico y Tamar Lalo en el Alcázar.

Daniel Zapico y Tamar Lalo en el Alcázar. / Actidea

Tamar Lalo nació en Israel, pero se afincó en España hace ya muchos años y se ha convertido en una presencia habitual de los conjuntos barrocos españoles (especialmente de La Ritirata). Con el asturiano Daniel Zapico ha trabajo en infinidad de ocasiones, aunque el dúo no es lo más habitual, y buenas razones hay para ello.

Presentar un programa de sonatas italianas de principios del XVIII con una flauta dulce y una tiorba tiene algunos riesgos notables. Conocidas son las limitaciones de sonoridad de la flauta en potencia (en este caso, la amplificación la favoreció), dinámicas y colores. El repertorio, ya bien asentada la tonalidad y la forma, con armonías en progresiones siempre parecidas, no favorece la variedad. Pero además el empleo (canónico en este caso) de una única flauta contralto también limita esa variedad que facilitaría la música del XVII, que admite el uso de instrumentos de distintas tesituras y un tratamiento más fantasioso de la ornamentación y el fraseo. Finalmente, un bajo con sólo un instrumento, además la un tanto severa tiorba, incide en esa falta de variedad tímbrica y colorística de la música. En este caso la elección del dúo respondió obviamente a cuestiones presupuestarias y no artísticas. Quizás algún día, alguien en la gestión del Alcázar repare en que potenciar lo que funciona y mejorarlo también pasa por el dinero. Quizás, aunque no espero verlo.

Quitando la obra de Marcello, concebida originalmente para la flauta, el resto de piezas eran típicas sonatas venecianas para violín transcritas para la flauta. Tanto la de Marcello como las de Albinoni eran características sonatas da chiesa, con su alternancia entre lentos y rápidos y su segundo tiempo fugado, mientras la de Veracini, transcrita un tono alto, era una sonata da camera, una auténtica suite, abierta además con una obertura a la francesa, el momento más vibrante del programa, interrumpido no sé ni cuántas veces por un público ansioso por aplaudir.

Fue Veracini sin duda el momento álgido de un concierto tocado de forma irreprochable por ambos intérpretes. Lalo mostró la dulzura de su embocadura en los movimientos más expresivos y la agilidad de  sus dedos en los rápidos, fraseó con absoluta pulcritud y sensibilidad y ornamentó de forma ajustada a estilo en todo momento, apoyada en un Zapico que buscó explotar todos los registros de su tiorba, aportando siempre una sólida base armónica a su compañera. Además en solitario tocó con la excelencia bien conocida un par de piezas de Kapsberger. Y sin embargo, pese a la indiscutible valía de los intérpretes y al virtuosismo y refinamiento exquisito de sus maneras, cierta monotonía flotó toda la noche sobre los Jardines.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios