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Trío Musa | Crítica

Dos jóvenes y un viejo

Managadze, Tedtoeva y Milman, el Trío Musa en el Alcázar.

Managadze, Tedtoeva y Milman, el Trío Musa en el Alcázar. / Actidea

Compuesto en Italia en 1880, el juvenil Trío de Debussy es una obra que representa más a la Francia de su tiempo que al propio Debussy. Se trata de una pieza muy de salón, volcada hacia la melodía, armónicamente convencional, que poco dice de la posterior carrera del gran maestro francés. Interpretación muy correcta, con un piano al que la amplificación dejó en demasiado segundo plano, sobre todo al principio, y un vibrato en los instrumentos de cuerda muy de tradición rusa, quizá algo grueso, aunque sin resultar molesto.

Más interesante el movimiento del Trío Op.3 de Chausson, compositor tardío y que murió muy joven. Se trata de una obra de su primerísima etapa en la que el peso de Franck y Massenet resulta notable: el tercer movimiento es el lento, un momento de melancolía acerada, con una carga elegíaca muy marcada. Fue sin duda la parte más brillante del concierto presentado por este trío de músicos rusos de circunstancias, montado en torno a Yuri Managadze, veterano profesor de la ROSS. El conjunto mostró aquí buen equilibrio, estupenda afinación, claridad suficiente en la pieza de mayor densidad de texturas de toda la noche y un gran trabajo en el contraste de pesos e intensidades, incluso con unos matices de dinámicas muy expresivos, lo que no es tan habitual en este tipo de conciertos amplificados.

Si Debussy y Chausson eran jóvenes en ciernes, en pleno proceso de formación de su estilo, Saint-Saëns tenía ya 75 años cuando escribió La musa y el poeta, originalmente para esta formación de trío, pero enseguida orquestada en la versión que más se ha difundido, manteniendo el violín y el violonchelo como voces solistas. Se trata de una música que se mueve entre el lirismo un poco démodé característico de su autor y el virtuosismo requerido a los solistas. Mikhail Milman respondió al desafío con nota, por la intensidad de sus ataques y la impecable línea cantábile, a pesar de algún pequeño atropello en las partes más ágiles. El piano no puede recrear las irisaciones de la orquesta de Saint-Saëns, pero además Larisa Tedtoeva, acaso demasiado preocupada por la conflictiva relación entre sus partituras y el viento, no logró un sonido demasiado refinado en un empeño de notable complejidad, aunque peor estuvo un Managadze exigido en sus agilidades y cuyo sonido perdió firmeza y prestancia.

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