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ROSS-CONCIERTO DE AÑO NUEVO | CRÍTICA

2020 a bombo y platillo

Minhea Ignat ante la ROSS.

Minhea Ignat ante la ROSS. / Guillermo Mendo

Parece que ninguna orquesta occidental puede sustraerse a la tentación de imitar la tradición vienesa de recibir el Nuevo Año con los ritmos cadenciosos de los valses o los sincopados de las polcas. Tampoco nuestra Sinfónica, arrastrada por la seducción popular del concierto con el que cada año se abre la televisión en cientos de millones de hogares.

Pero adherirse a la tendencia general supone un dilema para las orquestas ajenas a la tradición austriaca. Y es la de dedicidir si imitar el concierto de la Musikverein, programando valses, polcas, galops y marchas; o querer ser medianamente original variando, si bien sea en parte, el repertorio. Y aquí, en esta segunda posibilidad, reside el riesgo de pasarse de original o de alejarse tanto del modelo que al final el concierto sea una cosa extraña y sin sentido de unidad.

En el caso del concierto de la ROSS de este año creo que se ha pasado el Rubicón de lo lógico en estos conciertos. Seamos claros: el variopinto público que acude a este concierto (y que luego no vuelve a pisar el Maestranza en todo el año, al menos para el género clásico) acude con un horizonte de expectativas configurado por el concierto de Viena y, por ello, espera escuchar esos ritmos y melodías con los que identifica el evento. De esto ha tenido poco este año: dos polcas, dos valses y la esperable Marcha Radetzky como propina. Lo demás, un insólito batiburrillo de piezas unidas sólo por la denominación de rapsodia, algunas de ellas escasamente festivas por demás.

Y todo ello a golpes de bombo y platillo hasta la saturación y que nos recuerdan aquellos geniales versos del Don Mendo: “Cese ya el tambor/que están mis nobles/cansados de redobles/ y yo ahíto/de tanto parchear y tanto pito”. Y es que la de Ignat fue una batuta de brocha gorda, de escasa sutilidad en el fraseo y nula variedad en materia de ritmos y de juegos con el tempo, sin apenas acercarse a ese necesario rubato con el que asociamos rítmicamente el vals vienés. A cambio, estiró las dinámicas hasta lo posible y reforzó con machaconería los golpes de percusión, hasta el punto de que en muchas ocasiones no era sencillo seguir el discurso melódico de las cuerdas. Una pena, porque la orquesta sonó con brillo y empaste admirables y con solos de categoría.

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