Cultura

Vicent asegura que "Aguirre era de ficción, aunque existiera"

  • El escritor advierte que "quien busque escándalo" en su libro sobre el duque de Alba "se sentirá decepcionado", porque "la esencia del arte es saber detenerse"

El escritor Manuel Vicent, que ha novelado la vida de Jesús Aguirre, duque de Alba, en Aguirre, el magnífico, aseguró ayer en Sevilla que quienes se acerquen al libro "buscando escándalo, las charcas de ahora, se sentirán decepcionados". En su opinión, en el acercamiento a este hombre "está todo dicho" pero la narración deja, sin embargo, "que el lector se imagine".

En la acción, defiende el autor de Tranvía a la Malvarrosa, que vuelve a publicar con Alfaguara tras una larga relación con esta editorial, "no hay nada inventado, aunque sí hay cosas desarrolladas literariamente, pero partiendo de hechos que ocurrieron", y no era necesario recurrir a la imaginación porque Aguirre era, según Vicent, "un personaje de ficción, aunque fuese real".

La novela -"que no una biografía", precisa Vicent- describe así una existencia que siempre escapa de lo previsible: su nacimiento como hijo de una madre soltera, un capítulo que al escritor le parece "de folletín"; sus estudios para hacerse sacerdote y su formación en Alemania, donde conoció al actual Papa, Joseph Ratzinger; su trabajo como director de "una editorial elitista" [Taurus] y un casamiento que le convirtió en duque de Alba son las diferentes etapas que va cubriendo un personaje que "no se puede concebir hoy en día, porque epatar ya no se lleva y ya nada sorprende". Un hombre que, pese a colgar los hábitos, siguió rodeándose de parafernalias. "Nunca dejó de decir misa, de hacer liturgia", apunta Vicent antes de opinar que "la gran misa" de Aguirre fue "como duque de Alba".

Vicent, que presentó el libro ayer en un acto organizado por el Centro Andaluz de las Letras, utiliza a Aguirre como vehículo para hacer un "retablo ibérico" que habla de "medio siglo de la Historia de España". El comienzo, que recoge una anécdota que sucedió en la entrega del Cervantes a Torrente Ballester, ya tiene un indudable casticismo: el Rey y Aguirre saborean unos chorizos -no se omite la veta de grasa que ensucia los rasgos de ambos- mientras el duque de Alba presenta a Vicent como su "futuro biógrafo". Desde ese momento, todo el relato está surcado por el mismo tono que caracterizaba al grupo de intelectuales que durante un tiempo se reunió con Aguirre -entre los que estaban Juan Benet, Juan García Hortelano o Gil de Biedma-, que utilizaban "la frase inteligente, mordaz. Todo tenía que ser divertido". De hecho, ése es el adjetivo que más frecuentan quienes conocieron al personaje y han leído el libro. "Pensaban que me iba a exceder, pero no he hecho maldad", advierte el valenciano, que considera que "si la literatura es un arte, la esencia del arte es saber detenerse. Una pincelada de más puede cargarse un cuadro".

Sobre su personaje, Aguirre sostiene que tuvo "un trauma en la adolescencia" cuando empezó a advertir el descrédito que le suponía ser hijo de una madre soltera y de un militar casado con otra mujer. Sus primeros años transcurren "en un Santander de clase media-alta, donde los apellidos se conservan en formol. Las primeras burlas que sufrió, con la sensibilidad que él tenía, tuvieron que dolerle. Primero se refugia en las lecturas, porque no es un chico que juegue y que vuelva a casa sudado, y luego, posiblemente, escogió ser seminarista como una escapatoria".

En su novela, Vicent no quiere profundizar en temas conflictivos, aunque hay pasajes que sí insinuan algunos rasgos de la intimidad de Aguirre, un personaje esquivo que, como dice la novela, "desde niño supo tirar los dados de forma que siempre cayeran en la séptima cara, en la que sólo se reflejaba la suya". Tampoco se trata en las páginas del libro la relación del duque con los hijos de la duquesa. "Ese tema no quería tocarlo, no era el caso. Él era una rara avis, y supongo que entre los hijos despertaba cierta inquietud", asegura. El escritor matiza, no obstante, que Aguirre "no era un cazadotes, la dote que le interesaba era el brillo, el esplendor, de haberse casado con la duquesa, casi como una boutade. Él es siempre una sorpresa, siempre salía por la puerta inesperada". Si Aguirre no hubiese sido duque, imagina Vicent, si hubiese continuado como sacerdote "hubiera sido perfectamente cardenal de la curia romana". El intelectual consiguió la popularidad con sus sermones en la iglesia de la Universitaria de Madrid y tuvo "arrodillados a todos los socialistas de Madrid a quienes confesaba", cautivada a "la progresía liberal, inteligente y cultivada" de mediados de los 60.

Más allá del personaje protagonista, en Aguirre, el magnífico hay mucha memoria sentimental del propio escritor y una voz en primera persona que "engrasa la narración y te permite no ser exacto, no es tan crucial ser riguroso con los datos. Escribir la biografía de alguien no me interesaba, yo quería hablar de algo que también hubiese vivido".

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