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Zahir Ensemble | Crítica

Resonancias mágicas de un piano

Óscar Martín al piano con Zahir Ensemble en el arranque de 'Hyperklavier' de Febel.

Óscar Martín al piano con Zahir Ensemble en el arranque de 'Hyperklavier' de Febel. / P.J.V.

Extraña matinal en el Espacio Turina con una concurrida asistencia de público (dadas las circunstancias: además de la epidemia, el inusual horario y las desapacibles condiciones meteorológicas), en buena medida propiciada por la presencia de grupos de alumnos del Conservatorio Superior, algo mucho más infrecuente de lo que sería razonable.

Zahir Ensemble proponía un programa muy interesante, un díptico de obras muy diferentes entre sí. Primero, Stravinski, que este año está de efeméride (50 años de su muerte); después, el alemán Reinhard Febel con una singular obra en torno al piano que el conjunto sevillano acaba de grabar para un disco del sello IBS.

Obra del período neoclásico del compositor, el Octeto de Stravinski requiere sobre todo claridad y equilibrio para que la sección de metal (dos trompetas, dos trombones) no acabe engullendo a la madera (flauta, clarinete, dos fagotes). No se trata de una composición que juegue al contraste de colores ni a la creación de atmósferas más o menos impresionistas. Se trata más bien de un planteamiento formalista en el que cuentan los cambios texturales y los diálogos polifónicos (esa fuga del final del tiempo intermedio). En ese sentido resultó ejemplar la interpretación de Zahir Ensemble, con el punto de hieratismo que la obra parece reclamar.

Extraordinaria resultó la intervención de Óscar Martín como solista en Hyperklavier, original composición en cinco partes de Reinhard Febel (Metzingen, 1952) que trata de ampliar la sonoridad del piano a través de una serie de ingeniosos procedimientos de resonancia y reverberación del propio teclado y del conjunto de trece instrumentistas que lo acompañan. Es obra en la que se aprecian herencias diversas de las vanguardias, del mundo del espectralismo (el trabajo sobre los armónicos y sus resonancias) a elementos feldmanianos (ese tiempo central en el que se aprecia el nacimiento y la muerte de cada sonido de forma individual) e incluso alguna referencia a Xenakis (el uso de la caja en el segundo movimiento, capaz de crear en su interacción con los ataques del teclado un ambiente casi de ritual primitivista).

Sometido a una tensión casi continua durante los 35 minutos que dura la obra, el pianista sevillano fue capaz de ofrecer a través de la variedad de los ataques y de la pulsación y del uso intensísimo de los pedales una sonoridad de extrema diversidad, en permanente transformación, caleidoscópica, matizada con detalle. Juan García Rodríguez logró además que la exigente sincronización de la obra funcionara de modo admirable. Los ecos del piano ampliados por el resto de instrumentos en color, intensidad y volumen crearon una atmósfera mágica en la extraña matinal del Turina.

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