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Artes escénicas

Alberto Cortés y el incendio continuo

  • El malagueño estrena el fin de semana en el Teatro Central 'El ardor', un espectáculo en el que redefine el deseo como "un estado inmortal"

Alberto Cortés, en una imagen promocional de 'El ardor'.

Alberto Cortés, en una imagen promocional de 'El ardor'. / Manu Rosaleny

"Queridos mamá y papá: voy a unirme a los chicos salvajes". Esa frase de William S. Burroughs sirvió de combustible para que prendiera El ardor, la nueva propuesta que Alberto Cortés (Málaga, 1983) estrena en el Teatro Central este fin de semana, una atípica reflexión sobre el deseo que indaga en este concepto de la mano de los rebeldes y los marginados y trasciende la concepción "capitalista" de los cuerpos como mera mercancía. El creador de montajes como Hollywood o Masacre en Nebraska concibe su nuevo trabajo como "un speech sobre la decisión definitiva de abandonar la casa y elegir lo salvaje; y para ello el cuerpo no puede estar solo, necesita rodearse de sus pares, de una banda de desheredados y malditos con los que huir", se dice en las notas promocionales de esta obra. 

"Esa cita de Burroughs fue un motor para toda la pieza", recuerda Cortés al otro lado del teléfono. El autor de El almuerzo desnudo, "su forma de escritura y lo que supone como personaje, han sido esenciales para El ardor. No quiero adelantar mucho, pero encontrarse con Burroughs fue la chispa que lo encendió todo".

Este nuevo "artefacto escénico", como lo definen desde el Central, fue tomando otra dirección a la prevista inicialmente. "Es curioso, porque a veces una creación empieza en un lugar y acaba yéndose al opuesto, o cambia mucho por el camino, en el proceso. Y aquí ocurrió así", explica el malagueño. "Cuando fui escarbando en el tema de qué significaba el deseo me daba cuenta de que tenía una parte de capitalismo, de consumo rápido del cuerpo, que era interesante cuestionar", señala Cortés, que fue planteándose alternativas a ese estado de las cosas. La letra fue alzando el vuelo y surgió un paseo por la periferia donde se abría paso el lirismo. "Digamos que el deseo con el que esta obra sueña tiene que ver más con un estado inmortal, con un estado romántico". Alineándose con los disidentes y las personas que escapan de la norma, los impuros y los que habitan los márgenes, Cortés buscó "un estado de incendio que fuera perenne, continuo. El discurso de este espectáculo fantasea con una especie de utopía donde los outsiders sean bandas callejeras, que funcionen como una herramienta de cambio político y social, de destrucción de ese sistema afectivo-capitalista en el que nos movemos".

Este licenciado en Historia del Arte, que se formó también en Dirección y Dramaturgia, se deja llevar por el entusiasmo en su conversación. Se nota que El ardor es un proyecto largamente meditado, en el que ha volcado su cariño y sus esperanzas, aunque a veces el rubor lo paraliza. "Es raro hablar del espectáculo que has hecho, ¿no? Es muy difícil hacerlo y no parecer un sobrado. Yo admito que a veces leo las cosas que digo y me digo:¿Pero este de qué va? Me caigo un poco mal, no puedo evitarlo", reconoce con humor.

Burroughs no es el único referente al que invoca Cortés, que fue armando el texto de El ardor "muy a fuego lento. Creo que es la primera vez que trabajo en una obra de esta manera, porque yo suelo crear de una forma más impulsiva". Para preparar El ardor, su artífice fue "empapándose" de ciertas poéticas, inspiraciones que resultaron muy diversas. "Hay algo de Una temporada en el infierno, de Rimbaud, de Hakim Bey y su concepto de anarquismo ontológico, referencias bíblicas al Libro de Job, fragmentos de José Bergamín y su tratado sobre La importancia del demonio... Aunque el discurso es mío, he repensado ideas de ellos para la pieza".

"Al indagar en el deseo me topé con un vínculo con el capitalismo que era atractivo cuestionar", dice Cortés

Pero, advierte Cortés, "los espectadores no van a estar diciendo: Ah, eso es de tal y eso de tal otro. Es algo mucho más macerado, por llamarlo de algún modo. Igual hay una frase muy conocida de Nietzsche, pero el juego no va por ahí, no consiste en desafiar al público para que identifique algo. Me gusta pensar que ese texto te coge de la mano y te lleva, te hace avanzar".

Aunque ha formado parte en varias ocasiones de la programación del Mes de Danza, Cortés es uno de esos intérpretes inquietos y difíciles de clasificar a los que la etiqueta de bailarín no le encaja exactamente, y en El ardor "el trabajo del movimiento también es particular. No es algo que aparezca y desaparezca, no sigue esa dinámica tan habitual de ahora toca hablar, ahora toca moverse", expone. "Tal como entiendo la escena ahora,  siento que todo es un cómputo y que el performer es un catalizador de experiencias que tienen que ver con la palabra, con el cuerpo, con el canto incluso, y que no se diferencian por momentos. No me gusta esta historia de una propuesta multidisciplinar en la que se suceden una detrás de otra las distintas disciplinas, como si fueran cosas aisladas que no tienen nada que ver entre sí. Mi objetivo es que cuerpo y palabra sean casi lo mismo, y que la persona que esté en escena sea una especie de médium de todo esto", dice este profesional que disfruta con las alianzas y que ha colaborado con otros creadores como Rosa Cerdo o Greta García.

Resulta simbólico que la página web del artista sea comoseralbertocortes.com: él percibe su trabajo como una forma de preguntarse sobre su identidad. "A mí me ha pasado que siempre ha habido, el pobre murió hace poco, un Alberto Cortez famoso que aunque no se escribiera igual sonaba idéntico a mi nombre. Eso me ha pesado, ese cantante ha sido como una sombra en mi vida. La única manera de saber quién era yo, de conocerme un poco más, era enfrentarme a situaciones como las de El ardor. Son puertas que te descubren quién puedes ser. Yo aún no lo sé, pero ese impulso de buscarme sigue ahí".

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