Crítica de Teatro

El alto precio de sobrevivir

Dicen algunos psicólogos que es más facil matar que sobrevivir a un genocidio. Así lo demuestran al menos los muchos suicidios de personas que lograron escapar de los campos de concentración alemanes.

Eurípides, cuya propia familia sufrió los horres de la guerra, se adentra con Las troyanas en el corazón de algunas de las supervivientes de la guerra de Troya para comprobar que no hay salida posible para ninguna de ellas.

Dos mil quinientos años después, nada ha cambiado. Ni siquiera chirrían las imágenes que se proyectan de ciudades destruidas -sirias seguramente- y refugiados con el horror en la mirada.

El joven Conejero ha realizado una versión que fluye bien, que cuenta eficazmente los hechos -hay mucho más relato que acción- y se acerca al hombre y a la mujer de hoy, por eso el mensajero -Nacho Fresneda- sale del patio de butacas, como un espectador o espectadora más, de esos que ven cada día el telediario y, al no saber cómo gestionar su piedad, desvía la mirada.

Faltan muchos elementos de la obra original, entre ellos los coros y los dioses (Atenea y Poseidón) que deciden el destino de los humanos, marionetas siempre de algo o de alguien más poderoso. Y se añaden personajes como Briseida o Polixena- Alba Flores-, la única que pone un poco de luz en el escenario.

Excepto el episodio del niño, no hay acción y Portaceli tiene que recurrir a movimientos coreográficos que no siempre alivian la planicie de algunos monólogos.

En escena todo gira en torno a Hécuba, la reina, la madre huérfana de hijos. Sánchez Gijón, en la estela de la Espert aunque con menos peso, baja su tesitura de voz e intenta conectar con sus vísceras para dejar constancia del precio de su supervivencia.

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