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Cultura

El amor: el cuerpo canta al alma

  • 'Lirio entre espinas', que se vio en el Monasterio de San Isidoro del Campo, llega al Teatro Alhambra, en Granada, y al Central, en Sevilla, con su defensa de la emoción frente al intelecto.

Tras visitar el Monasterio de San Isidoro del Campo, en la localidad sevillana de Santiponce, para desarrollar allí una producción del Festival de Danza de Itálica, el bailarín y coreógrafo Guillermo Weickert cayó rendido a la historia que escondía aquel edificio donde, entre otros episodios, un grupo de monjes cometió la temeridad de traducir libros prohibidos por la Inquisición y realizó la primera versión completa en castellano de la Biblia. Con ese punto de partida Weickert (Huelva, 1974), uno de los nombres imprescindibles de la danza en la actualidad, ideó Lirio entre espinas, un espectáculo que se inspiraba en uno de los fragmentos de esa Biblia del Oso, el Cantar de los Cantares, que eligió el creador asombrado por la embriaguez con la que el texto describía el amor. "Nos llamaba la atención que la Iglesia, que ha sido a lo largo de los siglos tan represora con el cuerpo, tuviera dentro de los libros sagrados un canto a lo sensual tan potente", afirma el director sobre una propuesta que regresa, dos años después de su estreno en 2013, con nueva piel, concebida ahora para los escenarios del Teatro Alhambra de Granada, donde se representa los días 15 y 16, el viernes y el sábado, y del Teatro Central de Sevilla, donde estará el próximo día 22.

"No hemos intentado reconstruir nada de lo que aportaba el Monasterio de San Isidoro a la pieza", anticipa Weickert, que llegó a esa conclusión con el nuevo iluminador de Lirio entre espinas, Benito Jiménez, que sustituye a Paloma Parra. "Le dimos muchas vueltas a qué suponía hacerlo ahora en sala, y pensamos que no debíamos recrear nada de aquel espacio. Benito ha propuesto una luz que ya de por sí es muy escenográfica", asegura el onubense, que sí cree que el cambio de ubicación ha propiciado un tempo distinto. "En San Isidoro quizás había más tiempos muertos para que la mirada se escapara por el entorno, pero esta vez se queda en el espectáculo, algo que también creemos que es interesante. Y aquí el gesto cobra un nuevo significado", advierte.

Más allá de las variaciones en las luces, el equipo sigue siendo el mismo que conquistó a los espectadores del Festival de Itálica. Weickert se limita de nuevo a las labores de coreógrafo y director y, al contrario que en otras piezas suyas, no aparece como intérprete. A sus órdenes están las bailarinas Iris Heitzinger y Natalia Jiménez, el actor Sandro Pivotti y los cantaores Charo Martín y Niño de Elche, entregados a un viaje de emociones intensas que reivindica el cuerpo como un vehículo para dialogar con lo sublime. En su carnalidad, Lirio entre espinas recorre las sacudidas y revelaciones de los amantes, desde la ingenuidad y la excitación, el arrebato y la furia, hasta una extraña plenitud que trasciende lo personal para erigirse en una suerte de armonía con el mundo.

A pesar de que "cuesta mucho hablar de temas espirituales, porque hay mucho cliché, es algo muy manido", Weickert reconoce que "con la edad" está perdiendo el reparo para abordar asuntos tan sensibles -un material inflamable, se podría decir parafraseando uno de los títulos del bailarín-. Hace un par de años explicaba que Lirio entre espinas era "una celebración de la vida", pero hoy agrega capas a la breve descripción de entonces. "Es una celebración del amor y de sus energías, un acercamiento al amor y a las maneras de expresarlo. Y en el intento de abarcarlo atravesamos todos los grados de luz y oscuridad que tiene", corrige.

En el desvelo y la pasión de los amantes, Weickert aprecia incluso una metáfora del esfuerzo de quienes se han embarcado en el proyecto. "La obra habla de la lucha y la resistencia. Richard Sennet tiene un ensayo en el que expone las dificultades que se encuentra un artesano y cuenta que uno de los caminos para superar la frustración es incrementar esos obstáculos. Nosotros, tanto por lo que se ve en escena como por la realidad del momento, nos hemos metido en terrenos complejos, pero hoy podemos decir que el grado de satisfacción es más alto", argumenta.

Weickert, feliz de no ser esta vez uno de los intérpretes -"puedo ver qué es lo que está haciendo la gente sin sentir casi que es un trabajo mío, sino un trabajo colectivo en el que soy espectador"-, sabía que para mantener la belleza del texto original había que dar prioridad a la emoción frente al intelecto. "Quería que esta obra fuera como un puente con el público, que nadie saliera preguntándose si había entendido o no, y que fuera una experiencia transformadora y gozosa, en la que estás viendo bailar muy bien, cantar muy bien, y que eso ayude al espectador a encontrarse a sí mismo. Con Lirio entre espinas no tienes esa sensación con la que se te pone cara de tonto porque no entiendes qué es lo que te quieren contar. Se trata de conectar, de disfrutar desde lo sensorial", defiende.

Para ese propósito encontró fundamental la aportación de Charo Martín y de Niño de Elche. "Si hablas del cuerpo como canal de conocimiento, con el que accedes a un estado que no pasa por la razón, necesitaba la danza y el movimiento, pero también la voz: son elementos que tienen el poder de emocionar sin que pasen por la cabeza. La elección de contar con voces en directo no era gratuita", analiza. Fue una suerte, prosigue, dar con dos cantaores que a su talento natural sumaban la valentía para plantearse retos. "Charo fue la primera en estar en el equipo. No la conocía personalmente, pero en una reunión de amigos me emocionó, tuve con su voz esa conexión que yo buscaba para el espectáculo. Ella me habló de Niño de Elche y me llevó a verlo en Vaconbacon. En Paco [el nombre original de Niño de Elche es Francisco Contreras], me ganó además su universo tan personal, tan libre, sus ganas de trabajar con la performance o la danza contemporánea".

A pesar de que Iris Heitzinger y Natalia Jiménez colaboraban juntas desde hacía tiempo, Weickert las conocía por separado. "A Natalia desde el Centro Andaluz de Danza, la he ido siguiendo en distintos espectáculos o en su trabajo junto a Ramón Oller, pero le había perdido un poco la pista. E Iris había hecho un curso conmigo en Barcelona. Los cursos no son como una audición, pero son un lugar óptimo donde descubres intérpretes con los que hacer cosas. Porque allí no tienes la presión de una prueba, porque trabajas varios días, porque la gente se muestra mucho tal y como es, en un proceso muy de desnudarse", considera el coreógrafo, que al unir los dos talentos se topó con "dos bailarinas que aportan colores muy diferentes, pero que son muy complementarias. El Cantar de los Cantares tiene imágenes muy luminosas y muy puras pero hay otras que son más profundas, más tenebrosas, incluso más sórdidas. Ambas tienen la capacidad de dar esos matices".

Sandro Pivotti completaría el reparto y posibilitaría una de las ideas que albergaba Weickert: que el tercer vértice de ese triángulo en el que había dos bailarinas fuera un actor. "No quería que una obra que hablaba del cuerpo como canal de conocimiento tuviera a tres intérpretes muy entrenados técnicamente, quería un paisaje humano de lo más variado y que el movimiento no fuera sólo el de un bailarín preparado, sino que también estuviera una persona cuyo lenguaje no es propiamente la danza, pero que también puede bailar. Como intención política y estilística, quería que hubiese diferentes niveles técnicos en el cuerpo", señala. Pivotti debió encarar "un proceso muy salvaje" para poder enfrentarse "a dos intérpretes que son fantásticas y a la comparación, que era inevitable", pero tras explorar "cuál es su terreno y qué es lo genuino en él", Pivotti -defiende su director- acabó siendo una pieza crucial, conmovedora en su vulnerabilidad. "Hay gente que lee el espectáculo a través de sus ojos, es con quien se identifica", opina Weickert.

En la construcción de Lirio entre espinas, su creador también destaca la incorporación de Patricia Buffuna, encargada del vestuario "y cuya estética ha sido determinante, hasta el punto de que la dramaturgia de este espectáculo empezó por la ropa. Ella podía haber hecho una fantasía más barroca, pero evitaba el golpe de efecto, y ha dado al espectáculo una elegancia que innova sin buscarlo. Me recuerda a una frase que leí el otro día de Gaudí, que decía que cuando la originalidad es buscada se convierte en excentricidad", apunta Weickert, antes de elogiar también las sugerentes composiciones de Vitor Joaquim. "En San Isidoro fueron maravillosas las funciones, pero con la acústicadel sitio perdíamos la definición de la música. En el Teatro Alhambra y el Central va a sonar con toda la potencia que tiene", anticipa el director, que actualmente, mientras interpreta como actor La tempestad junto a la compañía gallega Voadora, comienza a preparar otra creación propia. "Una de las decisiones más duras fue no empezar nada hasta que esto no se viera. Hoy en día todo te empuja a producir: tienes que tener tu espectáculo anual y no saltarte las ayudas, estar en el mercado... Es tan rápido el consumo de la novedad que quedarte dos años sin hacer algo da mucho vértigo. Pero para rendir, un creador a veces tiene que tomarse su tiempo".

Lirio entre espinas. En el Teatro Central el próximo día 22. Entradas a 17 euros.

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