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Alejandro Palomas. Escritor

"Con los años, cada vez busco más el alivio y el consuelo en mis historias"

  • El reciente ganador del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil regresa con 'Las dos orillas', un cuento sobre la superación del duelo con ilustraciones de Fernando Vicente.

Alejandro Palomas recupera a los personajes de 'Una madre' y 'Un perro' en su nueva obra, que presentó en Sevilla.

Alejandro Palomas recupera a los personajes de 'Una madre' y 'Un perro' en su nueva obra, que presentó en Sevilla. / josé ángel garcía

Unos días después de lograr el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil con Un hijo, retrato de una relación paternofilial en la que el autor reivindicaba el poder de la imaginación para dejar atrás el dolor, Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) regresa a las librerías con Las dos orillas (Destino), un cuento ilustrado por Fernando Vicente en el que recupera a los personajes de Una madre y Un perro, ficciones de marcada sensibilidad con las que en estos años ha sabido ganarse a los lectores. Palomas, que presentó su obra en el IES Murillo de Sevilla, vuelve a invocar a la inventiva en una historia sobre la pérdida de los seres queridos y la superación del duelo.

-Ha publicado cuatro libros en tres años. ¿Ve el Premio Nacional como la culminación de una etapa tan creativa?

-Para mí ha sido toda una sorpresa. Es un reconocimiento que jamás imaginé que me darían, porque yo no escribo infantil y juvenil, yo escribo adulto. Lo que ocurre es que esta novela ha conectado muy bien con el público más joven, pero ese no era el objetivo, no era el tipo de lector que tenía en mente. En Italia, por ejemplo, la novela sale en el sello que me publica siempre, que es una editorial destinada a adultos. Todavía no soy muy consciente de lo que ha ocurrido con el premio. Si he de ser sincero, no soy consciente de dónde me sitúa esto, porque controlo más las distinciones en la literatura adulta.

-Tal vez ese empeño de vincularlo a la literatura infantil y juvenil se deba a que su obra reivindica rasgos como la ternura y la inocencia, y hoy loadulto se confunda con cierto cinismo...

-No sé muy bien qué responder al respecto porque no es algo que haya pensado demasiado. Tanto Un hijo como Las dos orillas pueden tener varios tipos de lecturas, pero no es algo pretendido por mi parte, no es algo que me preocupe. He dado charlas estos días y me he quedado muy impresionado con las diferentes interpretaciones que se han hecho de esos libros, me han apuntado cosas en las que yo no he caído nunca. Yo escribo de forma intuitiva, escribo porque lo necesito, y no me planteo los objetivos de una novela.

-Para Las dos orillas ha contado con Fernando Vicente, uno de los ilustradores más solicitados de la actualidad.

-No lo conocía personalmente, pero admiraba su trabajo e insistí mucho en buscarlo. Le pasé el texto y cuando me dijo que sí dejé que trabajara con total libertad, porque tenía mi plena confianza. Para mí era un lujo que colaboráramos. Me siento muy identificado con sus ilustraciones.

-Como en otros libros suyos, aquí procura salvar a su personaje de sus propios demonios.

-Tengo esa especie de fijación, sí. Entiendo que viene de una preocupación real por salvarme a mí y salvar a los míos. Me gustan las historias que provoquen alivio, consuelo. Cuanto más mayor me hago, siento que me preocupan más esos dos conceptos.

-A través de ese personaje, Fer, que estaba de viaje cuando falleció su perro, habla de la dificultad que tenemos para perdonarnos a nosotros mismos. A menudo somos con nosotros más inclementes que con los demás.

-Ese es otro de mis temas, sí. ¿Sabe lo que ocurre? Que yo he sido tan intolerante conmigo mismo durante tantos años y me he hecho tanto daño con eso que siento que tengo una deuda conmigo en ese aspecto. El asunto aparece mucho en mis libros porque es un tema que estoy trabajando constantemente. A menudo necesito parar cada cierto tiempo, analizar lo que he hecho y perdonarme. No lo hago de forma automática. Esa inclemencia remite con la edad, pero la capacidad para perdonarse no la tengo en los genes y tengo que esforzarme.

-¿Escribir le ayuda a entenderse, a lograr ese perdón?

-Escribir es una forma de dialogar con uno mismo. Hay gente que se mira al espejo para encontrarse, y otros escribimos para tener ese diálogo sincero con quienes somos. Escribir es como abrir un túnel por el que vas a avanzar, o más bien trazar una vía por la que encarrilarte.

-Tanto su novela anterior como este cuento exploran la convivencia de un hombre y un perro, un ámbito tal vez poco explorado por la literatura.

-A mí me cuesta decir que tengo perro, porque ese verbo implica que es una posesión mía, y yo veo nuestra relación como una convivencia entre dos individuos que son iguales y conscientes de sí mismos. Yo escribí este libro por el miedo a que se muera Rulfo, mi perro, con el que llevo muchos años viviendo. Normalmente tú sobrevives al animal, y eso es algo que tienes siempre muy presente. Te preguntas cómo te despedirás de él, cómo será el duelo. Quería tener una respuesta para eso, encontrar un consuelo, compartirlo. Me molesta que la gente se burle un poco de ese afecto y te diga que quien se muere es un perro, no una persona. ¿Por qué se entienden las relaciones virtuales en las que tú no tocas a la otra persona, y no se entiende la intensidad que puede tener una convivencia así? Más allá de eso creo que hay mucha gente que tiene perro que va a entender esta historia.

-Pero también la entenderán quienes no lo tengan. Al fin y al cabo trata de sobrellevar las ausencias, y eso es algo que cualquiera ha vivido.

-Sí, es la gran pregunta, ¿no? Qué ocurre con los que mueren, si hay un más allá, si podemos relacionarnos con ese mundo. Cómo podemos dejar ir a quién se va, cómo podemos reternerlo, qué poder tenemos sobre lo desconocido.

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