"Me asombra que haya libros sin humor, que es algo muy presente en nuestra vida"
Carlos frontera. escritor
El autor debuta en la narrativa con 'Andar sin ruido', una colección de cuentos centrados en el ámbito doméstico y en la falta de comunicación
La obra se presenta hoy en Casa Tomada
Cuando una mujer despierta a su marido para anunciarle que Michael Jackson ha muerto, el hombre entiende que lo de menos es el fallecimiento del cantante, pobre Michael: la noticia, deduce el esposo, no es más que una excusa con que la pareja reclama algo de atención y cariño a esas horas de la noche... aunque quizás el propósito de esa revelación esté lejos de una invitación al erotismo. En Andar sin ruido, de Carlos Frontera, un libro amargo, fantasioso e hilarante, inesperadamente maduro para ser el debut en la narrativa de su autor, los personajes -familias, novios, esas formas de desencuentro- conviven sin terminar de entenderse y hacen de la intimidad un diálogo imposible. El escritor presenta hoy, a las 20:00, su obra en la librería Casa Tomada (Muro de los Navarros, 66) junto a Hipólito G. Navarro y el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor.
-Los datos biográficos que el libro facilita de usted no superan las tres líneas. ¿Qué más hay que saber?
-Es que mi biografía literaria empieza con este libro, no hay más [ríe]. De mí se podría contar aparte que estudié Turismo, pero no trabajo en el sector, que imparto talleres de escritura y de corrección de cuentos en Casa Tomada. Puedo confesar que hasta los 19 o 20 años no empecé a leer literatura; hasta entonces era un fanático de los cómics. Y cuando comencé me lo leía todo: hasta best-sellers, a Michael Chrichton. Tengo un pasado muy turbio [ríe].
-Sus historias dirigen una mirada llena de extrañeza al ámbito doméstico.
-Es un espacio que me interesa mucho, porque dentro de una casa nos comportamos como somos, cariñosos o cabrones. Una vez que salimos fuera nos ponemos capas y vamos perdiendo nuestra verdadera esencia, y no llegamos a mostrarnos nunca de una forma tan genuina como en la esfera doméstica, donde somos sin disimulo ni artificio.
-En sus cuentos, los hombres y las mujeres se rompen -como individuos y como parejas: aquí las parejas son algo quebradizo-, pero los ceniceros se detienen en el aire y no se estrellan contra el suelo.
-Aparecen muchos objetos en Andar sin ruido, y algunos son en cierto modo parte de mi vida. Analizando a posteriori el libro he visto que había algunos que se repetían, y que estaban relacionados con episodios difíciles de mi pasado, y yo no me había dado cuenta de eso. Y sobre el tema de las parejas... salvo el último cuento, que es más esperanzado, los otros exploran ese momento en el que algo se rompe y está en un punto de tensión en el que no se ha roto del todo, y puede fastidiarse definitivamente o recomponerse. El último cuento está colocado al final conscientemente, para que la mirada a las relaciones no sea tan lúgubre.
-Sin embargo, para el lector, esos relatos desesperanzados son divertidos, gozosos. ¿Hasta qué punto el humor nos salva?
-En mi caso, digamos que me ha hecho más llevaderas etapas complicadas. Algo que me resulta llamativo, en ese sentido, es que haya libros que no tengan ni una pizca de humor, cuando es algo que está ligado a nuestra vida, y más en el sur. Si el humor está muy presente en nuestro día a día, ¿por qué no tiene hueco en la literatura, más si tratamos historias cotidianas?
-Al tratarse de su primer libro, que es una carta de presentación al mundo, supongo que habrá pensado mucho cómo montar el puzle. ¿Dejó muchos cuentos en el camino a la hora de formar el volumen?
-Sí. El proyecto tuvo en un principio un hilo conductor distinto. Eran cuentos sobre la familia, pero el conjunto llegaba a las 250 páginas y era excesivo para un primer libro. Juan Casamayor, el editor, estaba de acuerdo; nos reunimos y seleccionamos las historias y al final quedó el tema de los silencios, de la falta de comunicación entre los personajes, como un denominador común. El libro habla de gente que, por no compartir el código del otro, por torpeza, no logra entenderse.
-Usted es celebrado en las redes por sus juegos de palabras. Y aquí reflexiona sobre las consecuencias del lenguaje, de cómo nombramos las cosas y lo que decimos. Llamarse Victoria puede pesar; la expresión perder la cabeza puede hacerse literal.
-Llevo a algún cuento ese tipo de juegos de palabras. No significa lo mismo Eres rápido de mente que Eres rápido, demente. Me resulta curioso cómo una misma frase puede tener distintos significados dependiendo de cómo ordenes las sílabas. El lenguaje es algo tan complicado que igual dices una cosa y te entienden, y sin embargo interpretan otra cosa. Es un caos.
-Dedica uno de los cuentos a Hipólito G. Navarro, Poli, sin duda un referente para los cuentistas de la actualidad.
-Cuando empecé a leer libros ya mayor de edad, el primer deslumbramiento me llegó con Cortázar, que me enseñó que la literatura podía ser un juego, a pesar de que contaras historias tremebundas. Y poco después descubrí a Poli y me fascinó. A los dos los he leído y releído mil veces y están muy presentes en mi obra. Poli fue determinante a la hora de cerrar uno de los cuentos. En esa historia en concreto, había partes que me venían como palabras y otras como imágenes. Una vez que tuve hecho el cuento iba a suprimir las viñetas y los juegos de palabras, pero estaba leyendo la entrevista que le hace Javier Sáez de Ibarra a Poli en su antología El pez volador, en la que Poli defiende que el narrador tiene que ser distinto a todo lo demás, tiene que defender su singularidad. Entonces me di cuenta de que no debía desechar ni mi faceta de dibujante ni mis juegos de palabras: eso era precisamente lo que me hace especial, supongo.
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