Crítica de Danza

La búsqueda del equilibrio

tenir le temps

Rachid Ouramdane / Centro Coreográfico Nacional de Grenoble. Concepto y coreografía: Rachid Ouramdane. Música original: Jean-Baptiste Julien. Dirección de escena y espacio escénico: Sylvain Giraudeau. Iluminación: Stephane Graillot. Vestuario: La Bourette. Intérpretes: Fernando Carrión, Jacquelyn Elder, Annie Hanauer, Alexis Jestin, Lora Juodkaite, Arina Lannoo, Sébastien Ledig, Lucille Mansas, Yu Otagaki, Mayalen Otondo, Saïef Remmide, Alexandra Rogovska, Rubén Sánchez, Sandra Savin, Leandro Villavicencio y Aure Wachter. Fecha: Viernes, 22 de abril. Lugar: Teatro Central. Aforo: Tres cuartos de entrada.

Después de su última visita a este mismo teatro, hace un par de años, con Tordre, un emocionante espectáculo con sólo dos bailarinas, el francés Rachid Ouramdane vuelve al gran formato, con la estructura que le ofrece el Centro Coreográfico Nacional de Grenoble, para centrarse en el puro movimiento.

Tenir le temps es una hermosa búsqueda de equilibrio en el espacio. Un espacio amplio y claro que podría ser un lugar cualquiera al que se ha despojado de todo obstáculo para hacerlo habitable. Para que un grupo de seres humanos, de cuerpos heterogéneos aunque todos vayan vestidos con distintas tonalidades de verde, lo colonicen, lo habiten y se relacionen entre sí.

Como en las magníficas colaboraciones de Anne Teresa de Keersmaeker con Steve Reich, aquí es la música de Jean-Baptiste Julien (muy presente en los trabajos del coreógrafo) la que manda, la que inspira, la que arrastra. No ya al minimalismo de series interminables de otra época, pero sí a la búsqueda del otro, de los otros, unas veces espejo, otras el apoyo necesario para seguir o cambiar de rumbo y, de vez en cuando, un abrazo para no desfallecer. Porque lo que importa no es el virtuosismo ni la individualidad -si bien hay espacio para algunas, como un zapateado digno del mejor de los flamencos- sino el grupo, la confianza en el que camina al lado y la conciencia de que cada movimiento propio tendrá repercusiones en todos los demás.

El escenario se llena y se vacía continuamente, como en esas grabaciones a cámara rapidísima de los flujos urbanos. Los bailarines se reúnen una y otra vez para, al momento siguiente, tratar de ocupar todos los vacíos -siempre el equilibrio- en una continua dialéctica entre los instintos cenfrífugo y centrípeto.

En otros momentos, el frenesí se serena, el caos que planea como una amenaza se domestica y vemos las olas del mar, un cuerpo único y libre que palpita transformándose continuamente porque es la vida y no sólo la disciplina la que lo mueve.

Como siempre, el talento enorme de Ouramdane logra arrastrarnos durante una hora en pos de este cuerpo común, convencernos, tal vez sin intentarlo, de que todos podríamos, o podemos tener nuestro lugar en él.

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