Cultura

Un cómic posmoderno

  • Destino edita la segunda parte de la trilogía 'Millenium', 'La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina', obra del malogrado autor sueco Stieg Larsson

Probablemente, el hecho de que Larsson muriera antes de publicar su obra, ha contribuido a acrecentar el fenómeno, el desbordante fenómeno de Millenium. La trilogía de Larsson, protagonizada por un periodista y una hacker, alcanza ya millones de ejemplares en todo el planeta y ha sido vertido con éxito a varios idiomas, entre los que se incluye el nuestro. Sin embargo, la infortunada muerte del autor sueco (murió de infarto mientras subía unas escaleras), tal vez no alcance a explicar la magnitud y el interés de esta singular novela, cuya violencia corre pareja de una suerte de ejemplaridad, de un oculto esquematismo, en el que el Mal, el Mal puro y tentacular, sucumbirá a las argucias de un Bien tan frágil como anodino. En efecto, la acre multitud de los malvados será vencida aquí por un periodista económico con visos de play-boy, y por una minúscula muchacha con asombrosas habilidades para el delito informático. Damas y caballeros, con todos ustedes: Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander.

¿Cuál es esta singularidad de Larsson que ya se hallaba en su anterior novela, Los hombres que no amaban a las mujeres? En primer lugar, Blomkvist y Salander no son policías, no son detectives, no pertenecen a ningún gremio tradicional en este tipo de menesteres. Ni siquiera son curas como el padre Brown, o amables vecinas, entre cotillas y ociosas, como la irritante y eficaz miss Marpple. Son, como ya se ha dicho, un periodista y una hacker, lo cual nos lleva a preguntarnos dónde hemos visto antes estas figuras marginales de la justicia a oscuras. Y la respuesta es obvia: en el cómic. Recuerden que Superman era periodista, así como Peter Parker, el trémulo y solitario Spiderman, era un fotógrafo de lance que vigilaba la encendida noche neoyorkina, mientras que el ambiguo Tintín de Hergé fue un reportero vagamundo con perro y marinero adosados. La soledad, la individualidad, y un alocado arrojo, son las virtudes que orlan a todos estos héroes. Pero hay otra cualidad más, que forja este mito del periodista en la entreguerra del siglo pasado (sin el Crack del 29 los superhéroes no tendrían explicación ni sentido). Y esta virtud es la verdad, su desvelamiento, la encomiable y arriesgada empresa de comunicar al mundo cuanto de turbio y escondido, cuanto de injusto y miserable ocurre ante nuestros ojos. He aquí una nueva épica, la del periodista como poder al margen y a la contra, con apenas dos siglos de duración, que el malogrado Larsson ha vuelto a resucitar cuando los augures anuncian ya el fin del periodismo; o al menos, ay, del periodismo impreso. La contraparte es esa muchacha esquiva, Lisbeth Salander, cuya dolorida fragilidad ha encontrado una compensanción, una venganza, en la infinita transparencia de la red informática y sus enormes posibilidades delictivas. Entre los dos, Salander y Blomkvist, acuciarán a pederastas, banqueros, proxenetas, estafadores, asesinos y viejos espías que vuelven de las sombras como un espectro shakespiriano. Entre los dos, Blomkvist y Salander, desvelarán a toda luz aquello que quiso permanecer oculto.

El problema, si un problema fuese, es el forzado esquematismo que esto supone. Nadie ignora que Superman nació de nuestros sueños; o para ser exactos, de nuestra común impotencia. También Blomkvist y Salander tienen algo de figura arquetípica, de extraño caballero andante, que solventan en solitario lo que habíamos permitido todos juntos. Ni la sagacidad periodística del primero, ni la inhumana frialdad, ni el conmovedor desvalimiento de la segunda, tienen su reflejo en alguien vivo. En cualquier caso, ése es el acierto, el triunfo, el hallazgo del cómic. Un hallazgo tan viejo como el hombre y que se acoge al fértil territorio de los mitos. "El hombre necesita, como quien bebe agua, beber sueños", escribió Cunqueiro. Y este soñar con lo imposible, el inocente jugar con lo que nunca estuvo a nuestro alcance, es la viva materia de la que se hace esta novela. Una materia en la que entran el dolor, la humillación, la iniquidad y la furia. Pero también el sueño y la esperanza. De ahí el título: La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina. Tras el fuego purificador, no obstante, lo que se esconde es la esperanza del Infierno, su extensión calcinada, su ardiente magisterio.

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