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Cultura

Donde las cosas aún no tienen nombre

  • La retrospectiva de Luis Gordillo en el CAAC es uno de los hitos de la temporada expositiva en Sevilla y una certera aproximación a su poética

'Keop's psichoanalysis'.

'Keop's psichoanalysis'.

Las primeras obras de la muestra (hechas entre 1959 y 1960, segunda estancia de Gordillo en París) no son fáciles de ver. Tampoco de explicar. Se invoca el informalismo, ya en su ocaso, y se citan nombres: Wols, Michaux, Fautrier. Pero el argumento apenas justifica el esfuerzo que encierran las hojas de papel que la tinta china hace vibrar con distinta intensidad. Es una dura tarea: el autor dibuja en una hoja del bloc y al hacerlo descubre posibilidades que desarrollará en la página siguiente, donde hallará alternativas a indagar en una tercera hoja. El trabajo exige concentración y suspensión de ideas previas: un austero diálogo entre autor y trazo que se detiene en el umbral de la forma, sin cruzarlo. Una exploración del dibujo, del propio dibujante y de las relaciones que van tejiendo entre sí. Sintonizar con esos dibujos exige entrar en un espacio donde mancha y trazo, silencio y sonido sólo son ritmo. Un espacio ascético (casi una renuncia al arte) pero lleno de expectativas porque hace pensar y sentir, sin la recompensa del cuadro, objeto familiar, definido, fácil por tanto de manejar.

A ese espacio mental y personal parecen aludir las cabezas de la segunda sala, fechadas en 1964, aunque su prestancia y color choca con su fragilidad: rasgos humanos pero con dejes publicitarios, facciones deshechas -como carteles arrancados-, marcadas como si fueran mercancías. Son obras que no se recrean en la prosaica literalidad del día a día (como Warhol con sus latas de sopa) pero tampoco demonizan el naciente consumo: quedan en tierra de nadie y dan así que pensar. En la siguiente sala, automovilistas, tricuatropatas y peatones (1968) son quizá más explícitos: esos personajes sin rostro y encajados en firmes estructuras geométricas son sin duda máquinas. La indeterminación, el espacio indefinido que detectamos en los papeles de París y en las cabezas lo encontramos de nuevo en las dos salas siguientes, en la sostenida reflexión sobre la imagen de los últimos años setenta.

'Gran Cabeza' (1965), óleo sobre lienzo perteneciente a la colección del CAAC. 'Gran Cabeza' (1965), óleo sobre lienzo perteneciente a la  colección del CAAC.

'Gran Cabeza' (1965), óleo sobre lienzo perteneciente a la colección del CAAC.

Anuncios, recortes de prensa, páginas de revistas, muñecos banales y además, la inclusión de otros medios: fotografía y offset. Gordillo elige aquellos objetos, los recorta y fotografía, envía las fotos (con otras, también fragmentadas, de sus cuadros -como Andarín Cabezón-) a la imprenta, pidiendo impresiones y pruebas de color que a su vez corta y combina, pinta o dibuja sobre ellas, y elabora collages que tienen ecos de imágenes del sueño. El proceso termina en cuadros con técnicas muy heterogéneas. Las formas así generadas señalan cómo la imagen artística y la social se interpelan mutuamente. Pero hay algo más. La imagen social fija y casi congela actitudes y prácticas determinadas: sea el juego erótico de Tom Jones, la segura sencillez de Peter Sellers o la pretendida respetabilidad de Chuck Colson, implicado en el Caso Watergate (La pareja americuana). Estas figuras y la huella marcada por la imagen en Sedimentación, Estructuración hacen pensar en un concepto de Foucault, el dispositivo.

El dispositivo es el conjunto de instituciones, ideas, actitudes, prácticas y conductas que, formando una red, nos incorpora a la sociedad. Nadie nos fuerza: nosotros mismos hacemos nuestras aquellas instituciones y prácticas, y nos inscribimos en su red. El dispositivo encauza la acción, el lenguaje, el pensamiento con formas, palabras e ideas que, sin ser del todo nuestras, fijan nuestra identidad. No es una prisión pero sus sutiles circuitos, no ajenos a la política, modelan la vida, condensan una lógica y establecen una verdad. Fuera del dispositivo (es posible salir), el espacio es inhóspito pero estimulante: impulsa nuevas formas de pensar y sentir. Creo que ese espacio es el que se detecta en los dibujos de París, en las Cabezas de 1964 y en la indagación sobre la imagen, en especial, la serie Peter Sellers. ¿Podría verse la obra de Gordillo como un afán de hacer valer tal espacio?

También el arte es un dispositivo: encauza la conducta del espectador, la mirada correcta y la opinión adecuada. Quizá las obras de Gordillo, desde los años ochenta, sean un intento de abrir enclaves ajenos al dispositivo-arte: espacios inciertos pero libres, donde surgen aspectos inéditos del mundo. Así ocurre en la oscilación de las Situaciones meándricas, en la soledad resistente de las vesículas, en la profundidad no visual de las Perspectivas (elástica o por adherencia). Blancanieves y el Pollock feroz se antoja una síntesis: a la desconcertante sensualidad del color se une la incertidumbre del ritmo y la inquietante (por ser sólo entrevista) profundidad.

Desde clasificaciones formales es difícil entender a Gordillo. No lo es desde su poética: no teme entrar en las lógicas sociales para señalar, insistente, a un espacio donde las cosas aún no tienen nombre. Lo reiteran las recientes cabezas que cierran la muestra y parecen apuntar al otro lado del arte.

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