A diferencia de Girl, también belga e igualmente protagonizada por una joven transexual, Lola, segundo largo de Laurent Micheli, afronta la encrucijada del tránsito y la reasignación de género desde el conflicto con el entorno y la figura paterna ahí donde el filme de Lukas Dhont lo hacía desde la propia imagen especular de su protagonista en el espejo como metáfora recurrente de sus dudas, temores, prisas e incertidumbres vividas en la intimidad.  

Estamos aquí por tanto en un terreno dramático más despejado para el conflicto y la emoción, tal y como apuntaba nuestro colega Gallego en su crónica del pasado SEFF, un terreno que confronta a hija y padre tras la muerte de la madre en un viaje on the road por las carreteras secundarias belgas trufado de paradas y pequeños accidentes propulsores y abocado a un cierto entendimiento después de todos los roces, estallidos y obcecaciones de rigor filtrados por una puesta en escena de aires pop que suaviza las aristas del drama entre colores vivos y músicas agradables.

Padre (Benoît Magimel) e hija (Mya Bollaers, suya es la película) juegan así a los reproches, la incomprensión y el doble duelo con esa red de seguridad que garantiza los propósitos didácticos, pedagógicos y a la postre redentores de un filme que, con un ojo en el primer Dolan y otro en unos Dardenne bajos en calorías, camina hacia una catarsis en la que todos y cada uno de los peajes previos parecen colocados para impulsar el gesto final inevitable.