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Silent Night | Crítica

Last Christmas

Una imagen de 'Silent night', negrísima comedia para estas fiestas.

Una imagen de 'Silent night', negrísima comedia para estas fiestas.

No se dejen engañar por su título de villancico: Silent night es todo lo contrario a una película de espíritu navideño. El debut de Camille Griffin asume el viejo esquema de la reunión de amigos y familiares en la Nochebuena guardándose un poderoso as argumental en su manga aunque lo deje entrever pronto: se trata de la última Nochebuena antes de que el mundo se acabe fulminantemente con la llegada de un virus letal que viene por el aire. Eso sí, nuestros personajes, todos británicos de clase media, han recibido del gobierno una píldora suicida que les ahorrará el sufrimiento y la agonía llegado el fatídico momento.

Contada así, se diría que Silent night es otro drama distópico. Lo más interesante es que realmente se trata de una comedia, una comedia negra y macabra que juega con la idea del apocalipsis y hace chistes a su costa con niños gamberros y deslenguados, parejas en crisis y cuitas del pasado de por medio, o sea, como en cualquier cena navideña familiar que se tercie. Así las cosas, la película sorprende en su equilibrio imposible entre la tragedia existencial y la carcajada inevitable, entre la seriedad del tema y esos ramalazos de comedia aderezados con canciones pop y cierto pavor generalizado camuflado de espíritu lúdico al que un estupendo elenco coral (Knightley, Goode, Wallis y Roman Griffin, el niño de Jojo Rabbit) presta las idas, venidas, excesos y apartes necesarios para hacer que todo fluya con soltura.

Más aun, no hace falta ser un lince para interpretarla en clave post-Brexit, como fábula siniestra sobre la deriva política británica y su salida de la Unión Europea en una cuenta atrás hacia el abismo de lo incierto. Si a todo ello le sumamos que se estrena en plena sexta ola, Silent night es, definitivamente, la gran película anti-navideña de las fiestas.