Arte

El cuerpo del delito

Cincuenta años después, la mujer del profesor Schuster seguía escuchando los gritos de júbilo de la multitud en la Heldenplatz el 15 de marzo de 1938, el día en el que Hitler entró en Viena. El personaje de la última obra teatral de Thomas Bernhard refleja la idea del escritor sobre la sociedad austriaca de la segunda mitad del siglo XX. Austria, y Viena en particular, se habían convertido en una cloaca inmunda, infestada de defensores del nacionalsocialismo y de conservadores ultracatólicos, que impedía, según él, cualquier posibilidad de salvación para el individuo.

Algo parecido debían sentir los artistas del accionismo vienés cuando en los años sesenta -los mismos en los que Bernhard empieza a escribir sus primeras novelas- van a desafiar la bienpensante sociedad vienesa con sus actividades artísticas por las que llegaron a ser perseguidos y condenados.

Desde 1960 a 1970, Brus, Muehl, Nitsch y Schwarzkogler, los principales representantes del movimiento, recogerán las ideas de las prácticas performativas y del happening recién nacidas y las usarán, con Freud y el irracionalismo liberador al fondo, como instrumentos de rebelión contra la sociedad y las instituciones vienesas. Algo también tomaron de las acciones provocadoras del Wiener Gruppe, un grupo de poesía experimental activo en la segunda mitad de los cincuenta con propuestas como dirigir un concierto de pájaros o imprimir un periódico para una sola persona. Al principio, los accionistas usaron locales particulares y espacios privados pero pronto abrieron sus acciones al público, implicándolo directamente en las mismas. En este proceso de rebelión artística y política parten del arte establecido de entonces, el expresionismo abstracto norteamericano y del informalismo europeo, para cuestionarlo y subvertirlo. Así, abandonan el lienzo tradicional para sustituirlo por el cuerpo humano como soporte de su rabia y descontento, pero también como fetiche de expiación y necesaria regeneración. El body art también había ya nacido pero ellos otorgaron al cuerpo una dimensión inaudita. Precisamente este convertir el cuerpo en el eje de las tensiones de la época y desmontar los significados establecidos para convertirlo en receptáculo y emisor de mensajes de rebeldía y descontento constituye buena parte de su éxito como movimiento artístico. Reconocimiento en el que tendrá mucho que ver la insistencia del arte feminista a partir de los 70 en hacer del cuerpo el campo de la batalla política, como declararía Barbara Kruger a principios de los ochenta.

El otro pilar de su trascendencia es la relevancia dada al acto preformativo y la implicación del espectador que se ve obligado a participar en el ritual depurativo y expiatorio de muchas de las acciones de estos artistas. En este sentido, el accionismo vienés es una referencia inexcusable para la performance y siempre se les cita por la energía desplegada en sus acciones como pioneros en este campo.

La exposición de CAAC, a través de los fondos de la colección Hummel, que comprende una amplia selección de obras, películas, testimonios y documentos permite una oportunidad magnifica de acercarse directamente a su legado, en el que las obras se confunden con los documentos porque, al final, todo debe leerse como documentos que dan testimonio de sus obras y acciones.

La exposición se complementa con otras dos exposiciones. En una, otras obras de la colección Hummel ayudan a situar la época y el contexto, así como las convergencias artísticas del accionismo vienés con otros artistas activos en el mismo periodo histórico (Duchamp, Beuys, Valie Export, Bruce Nauman o Warhol entre otros) y una exposición de grabados de Goya, Dalí y Picasso donde se insiste en la grieta entre el instinto y la moral, aspecto fundamental en la actividad desarrollada por los accionistas vieneses en los años sesenta.

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