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La difícil frontera de Gerardo Delgado

  • El CAAC explora las múltiples vertientes de un creador que ha sabido 'Aprender de todas las cosas'

Cuando el arte es algo más que una destreza, la vida del artista se complica. Le ocurría a Da Vinci. Ante cualquier encargo se empeñaba en buscar e investigar, y dilataba la entrega sine díe. Otras veces la dificultad nace de la diversidad de focos de atención. Un pintor, además arquitecto, exigente aficionado al cine, lector apasionado y buen conocedor de la música, tiene ante sí un campo inabarcable. Es el caso de Gerardo Delgado: virtud, sí, germen de dificultades también, pero sobre todo raíz de un trabajo con múltiples vertientes.

Pese a tal diversidad, no hay en Delgado dispersión: sus trabajos han ido construyendo una trayectoria que no brota de similitudes formales sino de ideas e inquietudes que, aunque diversas, sedimentan al fin en lo que llamaríamos su obra. La mayor virtud de la muestra de la Cartuja es proponer con claridad una línea que vertebra su trabajo. La ordenación es, por su nitidez, eficaz para los que no conozcan su quehacer. Para quienes lo conozcan, la línea que traza la muestra ofrece engarces para encajar obras ausentes y entender mejor las expuestas.

Pese a la diversidad de intereses que alberga el autor, no se aprecia en su obra dispersión

Los primeros trabajos de la muestra, hechos con la enorme computadora estrenada por la Universidad de Madrid en 1968, guardan ecos de la Opera aperta de Umberto Eco: el espectador no sólo mira sino que puede hacer su obra, y Delgado le ofrece alternativas de acción. Lo mismo ocurre en la sala de enfrente: las grandes telas industriales están allí para pasear entre ellas y sorprender un rasgo de color y luz (tal vez alguno quede en la memoria de un solo espectador). Pero junto a la la invitación para rehacerlas, las obras evidencian una laboriosa búsqueda de forma. Lo sugieren los trabajos en lápiz de cera expuestos en el pasillo: ¿son experiencias surgidas de las telas o la instalación brotó de dibujos como éstos?

La indagación de la forma es aún más clara en el estudio de los alicatados mudéjares del Alcázar de Sevilla. Los cuidados análisis, que no merecieron la sanción académica de una tesis doctoral, son un trabajo conceptual y artístico de alcance: sacan a la luz el secreto de los ritmos (el tiempo que incorpora cada forma) y muestran la fuerza del color. Este contraste entre el rigor de la estructura y el desconcierto del ritmo y del color será clave en la trayectoria de Delgado. Quien conozca su obra recordará aquí los dípticos de los últimos años 70, donde a la rigidez de la cuadrícula oponía la sensualidad del color. No están en la exposición que sí presenta tres cuadros de 1982 (To Marilyn, Triángulo ocre y La sombra de…), síntesis serena y contenida de las piezas ausentes: ritmo y color se condensan en una forma firme pero como abandonada en un amplio fondo muy trabajado por la pintura.

De la incursión de Delgado en los siguientes años 80 en obras más expresionistas y con algún rasgo figurativo solo se exponen La tumba de los héroes y El caminante nº. 2. Colgadas en adecuado lugar recogido, despiertan la memoria de los dípticos horizontales de El caminante (no expuestos), pero son sobre todo un buen preludio para las obras que sintetizan con mayor riesgo y madurez la fuerza del ritmo y el color frente al rigor de la estructura.

Esto ocurre sobre todo en la Ruta de San Mateo (2007-10). Las Rutas nacen en 1997 de la red de cuadrículas de un pasatiempo. Delgado la convierte en pauta modular y con ella construye formas claras y rítmicas, como las del contrapunto. Inicialmente las Rutas eran de formato medio y establecían contrastes diversos entre fondo y figura, o entre un modo exacto de aplicar el pigmento y otro dejado, en apariencia, al arbitrio del gesto. Cambian quizá a partir de 2004, fecha de la serie Veinte miradas, de la que hay dos cuadros en la muestra. En esta última serie geometría y pintura, superponiéndose, provocan un sutil juego de transparencias que es, me parece, clave para la Ruta de San Mateo. Es preciso mirar los quince cuadros con calma, demorarse en ellos, pasearlos. Sólo así se advierten los sutiles cambios de ritmo y la suave transparencia del color a través de la gama de grises patente a la primera mirada. Ritmo y color parecen agazapados en las silenciosas cuadrículas, esperando la mirada del espectador, aquí también invitado a completar la obra.

Discurrir sin prisas por la Ruta de San Mateo ayudará a entender el alcance del trabajo más reciente, Nocturno. Cristales rotos: se apreciará mejor cómo rectángulos y oblicuas, con su misma exactitud, siembran el ritmo en los rojos y azules de estos lienzos.

Hay piezas musicales que nos sitúan en la exacta frontera donde la inteligencia aprecia el orden y lo disfruta, mientras el ritmo y la melodía impulsan la sensibilidad y la emoción. No es fácil lograrlo. Delgado lo consigue con su pintura. Es quizá el secreto que da cuerpo a su obra.

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