Un ejercicio de fantasía y libertad
Crítica de Flamenco
CARTA BLANCA
Septiembre es Flamenco. Cía Andrés Marín. Baile y coreografía: Andrés Marín. Asistente: Salud López. Artistas invitados al cante: José Valencia y Segundo Falcón. Percusión: Daniel Suárez. Zanfoña y guitarra eléctrica: Raúl Cantizano. Guitarra flamenca: Salvador Gutiérrez. Clarinete: Javier Trigos. Iluminación: Iván Martín. Lugar: Teatro Alameda. Fecha: Miércoles 16 de septiembre. Aforo: Casi lleno.
Una lluvia impertinente le impidió anoche al sevillano Andrés Marín, tan amante de hacer dialogar su baile con espacios y lenguajes poco habituales para el flamenco, alargar su silueta sobre la Torre de Don Fadrique. No importó. El escenario del Alameda, perfectamente sonorizado, sirvió para el peculiar recital que Marín le ofreció a su público.
Hacía tres años que no actuaba en su ciudad; tres años en los que no ha parado de compartir experiencias con artistas como Bartabás o Kader Attou, por eso le ha bastado con echar mano de algunos fragmentos de su enorme bagaje y revisitarlos con un poco de fantasía para lograr un espectáculo de calidad. Claro que amén de ser un bailaor único, y no sólo por su técnica apabullante, ha sabido rodearse de seis auténticos musicazos, porque para él -anoche más rítmico que nunca-, la música sigue siendo el motor principal de su arte.
Fragmentos en apariencia inconexos, como si de una velada en casa de Boris Vian -o de cualquier otro loco libertario- se tratase, se fueron sucediendo, eso sí, todos ellos con una historia musical detrás y con una fantasía que acabó por provocar la del público. Números de gran flamencura en los que las sombras se disolvieron en luces, incluso en humor, y en los que se mezclaron la farruca de Gutiérrez o las bulerías de un pletórico José Valencia -que brilló con Segundo Falcón en todo lo que hizo- con los ritmos asturianos que aflamencaba Pastora Pavón, a los que Marín añade grandes cencerros, poniéndoles una nota pastoril, o la soleá que dibuja sobre el clarinete del Cuarteto para el fin de los tiempos de Messiaen. O con piezas tan hermosas como la que baila, con máscara, al Arlequín de Picasso, y que probablemente bailó en su museo parisino bajo el título de Carta Blanca.
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