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Crítica de Música

De la emoción y lo sublime

John Axelrod ejerció una vez más de discípulo atento, dejando una admirable interpretación de la 1ª Sinfonía de su maestro Bernstein. Su visión se apoyó en una combinación excitante entre la profundidad y la claridad del sonido, algo que fue posible por una ROSS en soberbio estado de forma. El maestro texano convirtió el Scherzo en una auténtica danza de adoración profana, y en la Lamentación, la mezzo israelí Rinat Shaham puso la emoción cantando de memoria, con una voz transida, de notable belleza en centro y graves y una intensidad arrobada y estremecedora, capaz de destacar el dolor de cada nota para poner un nudo en la garganta del espectador más desatento.

En la Titán, Axelrod apostó por una visión brillante y luminosa, que hizo más hincapié en la igualdad y el empaste del sonido que en los contrastes entre solemnidad y burla, con un tratamiento del fraseo que no rehuyó retenciones y rubatos (ese Ländler que forma el trío del Scherzo, tratado a la manera del vals). Excelente tratamiento de los clímax, con pasajes lentos fraseados con auténtica delectación. En la marcha fúnebre, es el ataúd de un niño (por eso, Frère Jacques) el que se cruza con una banda de klezmer que toca melodías populares en una taberna. Mahler lo mezcla todo y pide que la orquesta toque como si fueran músicos de pueblo. Axelrod resultó acaso demasiado comedido y refinado, pero hay luego una transición a una melodía por completo sublime, y en ese instante, con los arpegios del arpa, los arcos largos de los violines y el contrapunto del fagot, el tiempo se detuvo.

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