Crítica de Música

Una faena profesional

Tocaba anoche el turno en el Femás a los becarios a los que apoyan anualmente el Festival y la Asociación de Amigos de la Orquesta Barroca de Sevilla, en una muy saludable iniciativa dirigida a estudiantes avanzados a los que, por serlo, no cabe juzgar con el mismo rigor que a las reputadas estrellas del resto de la programación.

Acompañados para la ocasión, desde un segundo plano, por una eficiente Lachegyi, se enfrentaron a un programa variado y exigente, tal vez demasiado en algún caso. Ambos mostraron -pues allí se han formado- rasgos típicos de la muy ortodoxa escuela holandesa de la interpretación de la música barroca: un sonido crudo, directo y plano en el violín, sin el menor artificio añadido a lo dictado por la partitura -ni vibratos ni ornamentos-; una realización del continuo rica, envolvente y poco invasiva; y una cierta blandura rítmica, a veces con aliviadoras paradas casi en cada compás.

Albarreal mostró buen potencial; su sano sonido se apoya en una afinación en general sólida, y frasea con gusto -cada nota con su justo peso- y variedad de articulación, si bien en pasajes lentos exigentes, como los de Bach, la dificultad de la mano izquierda se le transmitió al arco.

Tras sus vistosos Biber y Matteis, y un Telemann a trío galante y elegante, llegó un Bach bien llevado en los movimientos rápidos, cierto que de tempos no muy arriesgados. En su muy notable Tapray, unas variaciones de estilo ya muy tardío e idiomático, Sampedro -ágil, seguro y a veces brillante- lució una articulación clara, que se echó un poco de menos en otras obras en que apenas salió del legato. Rameau sonó ágil y luminoso, y un bis de Telemann cerró un concierto que cumplió expectativas y que demuestra que la tercera generación de músicos historicistas españoles lleva bien encaminado el relevo de las anteriores.

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