La línea y el ornamento, la melodía y la pureza
FRANCO FAGIOLI | CRÍTICA
La ficha
***Programa: Obras de F. Cavalli, A. Scarlatti, M. A. Cesti, A. Lotti, G. F. Haendel, D. Scarlatti, G. Giacomelli, W. A. Mozart, V. Bellini, G. Donizetti y G. Rossini. Contratenor: Franco Fagioli. Piano: Michele D’Elia. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Lunes, 6 de octubre. Aforo: Poco más de la mitad.
En cierta ocasión la gran Adelina Patti cantó para Rossini la famosa aria “Una voce poco fa” de El Barbero de Sevilla, tras lo cual el compositor le dijo: “Excelente, querida, pero díganos, ¿de quién es?”. La Patti había sobrecargado tanto la pieza rossiniana que la había convertido en irreconocible. Pues lo mismo o algo parecido le habría dicho a Franco Fagioli de haberlo escuchado en este recital sevillano. Llevado por su afán de exhibicionismo vocal, abusó una y otra vez de la ornamentación. Es verdad que las reglas del bel canto casi obligaban a los cantantes a añadir sus adornos, pero siempre según unas reglas: no empezar a ornamentar desde el primer compás, esperar a las repeticiones para ello y, sobre todo, usar el adorno como un recurso expresivo que diese sentido a ciertos conceptos o palabras y que reforzase la melodía, sin ocultarla ni ensuciarla hasta hacerla irreconocible. Fagioli posee una buena dosis de agilidad y de coloratura que, bien utilizada (como en el aria de Haendel o la sección final del aria de Mozart) resulta espectacular. Pero no dejar fluir la línea cantabile en las arias más sentimentales por culpa de exceso ornamental desde la primera frase que desemboca en un fraseo amanerado. Para colmo, el timbre poco agraciado (con agudos chillados y abrupto cambio de color en el grave), el acusado vibrato y la tendencia a ralentizar a capricho no ayudó para nada. Eso sí, hubo medias voces muy sutiles y uso apropiado de reguladores en las piezas más delicadas, como la de Giacomelli. Lo que demuestra que cuando el cantante argentino se concentra y se dirige al corazón de la música es capaz de cantar con un gusto exquisito y un estilo muy cuidado, con la pirotecnia justa y siempre a favor de la melodía. Pero lamento mucho que esto ocurriese en muy contadas ocasiones.
También Scarlatti hubiese preguntado a D'Elia de quién era la sonata que interpretó, porque seguro que del propio Domenico no era, tal fue el grado de ocultamiento, exceso de pedal, lentitud y falta de acentuación de su versión. Abusó del pedal toda la noche, lo que para las piezas barrocas era totalmente inapropiado, emborronando aún más el resultado global de las interpretaciones de Fagioli. Y no pudo ser más aburrida su interpretación de la irónica y autocrítica Marcha y reminiscencias para mi último viaje de Rossini.
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