En busca de la luz
Una historia de la luz | Crítica
El checo Jan Nemec firma en 'Una historia de la luz' una muy notable y hermosa primera novela, construida alrededor de la figura del fotógrafo Frantisek Drtikol
La ficha
'Una historia de la luz'. Jan Nemec. Trad. Elena Buixaderas. Errata Naturae. Madrid, 2019. 496 páginas. 24,50 euros
Frantisek Drtikol (1883-1961) fue un fotógrafo checo preocupado por el absoluto. Así se desprende, al menos, de su biografía, que lo llevó de los talleres artesanos en los que las placas aún se lavaban con potasio y sodio diluido, a través de exposiciones vanguardistas de relumbrón, hasta un monasterio budista donde le alcanzó la muerte tras un par de guerras y una revolución.
Nacido en la localidad minera de Pribram, las aptitudes de Drtikol le inclinaban en principio hacia el dibujo, del que, no hay que sorprenderse, su familia intentó divorciarle con todos los medios a su alcance: como solución de compromiso, se decidió enviarlo a la recién creada Academia de Fotografía de Múnich, donde aprendería un oficio con porvenir sin necesidad de lesionar sus vanidades artísticas.
Tras años de aprendizaje en Alemania y diversas ciudades del difunto Imperio austrohúngaro, Drtikol abriría su propio estudio en Praga poco antes de la Gran Guerra, en el cual, aparte de los retratos obligatorios para cimentar el respeto en la profesión, se consagraría a sus proyectos más personales, los desnudos metafísicos que lo han hecho famoso.
El estudio se mantendría abierto a pesar de los vaivenes de la historia durante los siguientes 40 años, por encima de conflagraciones, ocupaciones extranjeras, revueltas nacionales, raciales y políticas, hundiendo a su propietario cada vez más en una soledad sin ventanas donde la única verdad atendible ocupaba habitaciones interiores. Interesado crecientemente en el ocultismo, el orientalismo y las corrientes espirituales, Drtikol terminaría por convertirse en pionero del budismo en la Checoslovaquia comunista, y por traducir las enseñanzas del Iluminado a su lengua vernácula.
Quizá no tan difundida como la de Man Ray y otros capitostes de la fotografía de autor que surcaron la primera mitad del siglo XX, una breve consulta en internet mostrará al curioso que la obra de Frantisek Drtikol conserva su magnetismo y el poder de embrujar al espectador tal y como el día en que se concibió. Compuesto mayormente de desnudos femeninos, el arco estético del autor abarca desde las postrimerías del Modernismo, con su querencia por los interiores decadentes y el escenario de ópera, pasando por el art déco de gusto parisino tan en boga en los años 20, hasta el futurismo y las fronteras de la abstracción, quizá la franja más interesante, por atrevida, de su producción.
Lo que en un principio son llamadas a un erotismo carnal, algo apulgarado, que se quiere sacrílego en ocasiones, se convierte alrededor de los años 30 en un curioso tratado de las formas, en la búsqueda de una geometría secreta que mediante la combinación de ángulos encontrados, siluetas expresionistas, líneas, círculos y ondas trata de dar a la estructura del cuerpo femenino un nuevo molde y una significación desconocida.
No es sorprendente que Jan Nemec (Brno, 1981) eligiera a Drtikol para encabezar su primera novela y el mayor éxito de la literatura checa de los años más recientes. Leemos en la solapa que Nemec, que a la sazón sólo se había entrenado en el terreno de la crítica y el periodismo cultural, ha realizado estudios de arte dramático y, sobre todo, de teología, lo cual casa bien tanto con el personaje como con el talante elegidos para su libro.
El tema delata al escritor con ambiciones, el que no se resigna a quedarse en el lado más comercial y anodino del oficio: un héroe singular, conocido por el gran público pero sólo de lejos, con capacidad para convertirse en metáfora del destino de un país y de un siglo que cambió radicalmente la manera de contemplar el mundo de cuantos se desenvolvieron en él y de quienes habrían de venir. Y algo más: un alma atormentada, compleja, repleta de escorzos y capas de sombra, un poco como los cuerpos de sus fotografías, donde muchas veces la luz, antes que traer claridad, revela la presencia de zonas de negro mucho más significativas de las que depende el verdadero volumen.
Nemec no se ha limitado (que podría) a la novela histórica al uso, a la sucesión de acontecimientos relevantes en cuyos rincones su criatura oficiaría de servicial espectador. Más bien urde una novela de carácter, o búsqueda, que usa como trasfondo los libros de historia para enmarcar mejor la peregrinación del protagonista en pos del sentido de sus pasos. Dicha andadura, como la de todo ser humano o ser en general, tiene que ver con la luz: en páginas certeras y hermosas, los profesores de Drtikol se demoran sobre el auténtico alcance de esta entidad, la luz, que desde Platón y la Biblia nos enseña a distinguir el oro de las tinieblas, que enciende bujías en nuestros cerebros y revela con su presencia, en negativo, los matices que van del gris al negro más sórdido.
El de Drtikol es un viaje tras la estela de la luz: primero la que se recoge en las placas y le sirve para desarrollar una profesión propia, luego otra más misteriosa y escondida, de cuyo brillo se va haciendo cargo sólo paulatinamente, y que anida en el interior de su corazón. Llegará un momento en que, desengañado, solitario, el fotógrafo comprenda que todo, su aprendizaje, sus amantes, su familia, su arte, no son sino satélites de otro cuerpo mayor y más esencial, cuya lumbre queda eclipsada por las sombras que se le interponen, y a cuya conquista última abocará todos sus afanes. En última instancia (no es vano el autor es teólogo), de lo que se trata aquí es de esa cosa trasnochada y antipática que el materialismo de hoy contempla con desprecio: una búsqueda espiritual.
Por cierto que el lenguaje en que Nemec se expresa, tal y como lo vierte meritoriamente su traductora Elena Buixaderas, no constituye uno de los méritos menores del texto: un estilo terso, lírico en muchos párrafos, eficaz cuando tiene que serlo y filosófico si hace falta, vertebrado en torno a una potentísima segunda persona que impide que el relato flaquee. Una novela muy notable que no se merece extraviarse entre el aluvión de novedades de las estanterías.
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