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La vuelta de Nora (Casa de muñecas 2) | crítica

Nora se empodera aún más

Una imagen de una representación de la obra de Lucas Hnath.

Una imagen de una representación de la obra de Lucas Hnath.

Un problema nada baladí de imaginarle una coda a clásicos que han demostrado su resistencia a pasar de moda es invertir demasiado tiempo explicando lo que pasó. Aquí lo hacen todos, en especial Nora, que sobre todo viene a hablar, en concreto a psicoanalizarse de un modo anacrónico, como si el lapso de quince años en la diégesis además de profundizar en las heridas hubiera generado un agujero negro donde las épocas cohabitaran en heterodoxa coyunda.

Resulta por ello evidente que ni Lucas Hnath ni Andrés Lima recurren a Nora por motivos esencialmente dramáticos o filológicos, sino en tanto que sano pretexto para hablar “de las Noras de cualquier rincón del mundo”, algo loable como discurso personal y público pero que debe ser traducido a formas teatrales para que tenga un verdadero sentido y se haga carne. En vez de eso, Lima prepara un sofisticado entramado escénico, significativo en sus perspectivas aberrantes y golpes de efecto, que más bien parece una costosa cortina de humo para que dejemos de prestar atención al texto.

Nora sobre todo viene aquí a hablar, a psicoanalizarse de un modo anacrónico

Estructurado como concatenación de intensos careos entre los protagonistas, éste se distribuye en una arriesgada mezcla de registros donde molesta igualmente el vértigo entre épocas –con la mirada siempre en el futuro, como se ha dicho– que otro tipo de inercias extemporáneas, como la inoportuna tendencia a sermonear. La autocomplacencia general que sostiene este clima permite que Nora salga en esta ocasión de la casa-escena al ritmo de Woman’s world, lo que tampoco se merecía Ibsen.