Orden & Martín | Crítica

Melodías de otro mundo

Luis Orden y Óscar Martín ayer en el Alcázar

Luis Orden y Óscar Martín ayer en el Alcázar / Actidea

Ardía febril la música alemana con las audacias cromáticas del Tristán de Wagner, que anunciaban una modernidad inminente, mientras en París parecía imponerse el romanticismo edulcorado de Gounod y Massenet o el clasicismo de Saint-Saëns, cuando en 1894 Debussy presentó su Preludio a la siesta de un fauno para anunciar que otro tipo de modernidad iba a ser también posible, no sólo la de la tensión armónica extrema que conduciría a la atonalidad vienesa. A partir del simbolismo (y, a su pesar, del impresionismo, sí), Debussy encabezaría una superación de la tonalidad y las formas clásicas a través de un lenguaje flexible, en el que la disonancia era sólo una posibilidad más de un discurso sonoro original, atmosférico y estimulante.

Se echa demasiado de menos la orquesta en el Preludio. Óscar Martín y Luis Orden son dos músicos extraordinarios y lo tocaron con sensibilidad exquisita y gran detallismo, pero el simbolismo de la obra juega precisamente con el contraste entre maderas y cuerda, entre instinto y razón. Y eso se pierde con el arreglo.

El concierto quería presentar la irrupción de esta modernidad debussysta, y cerrar con el Preludio no estuvo mal. Estampas granadinas al piano abrieron camino. Martín tocó Puerta del Vino y Soirée dans Grenade poniendo el acento más en la sutileza de las agógicas que en las pinceladas de color. Orden tocó Syrinx con articulación impoluta y gran cantidad de matices dinámicos en progresiones muy ajustadas.

El resto del concierto se dejó llevar por la pura melodía. Los arreglos de la Revérie y de Beau Soir apuntaron en esta línea, como los hits de Massenet (Meditación de Thaïs) y Fauré (Siciliana, Berceuse) o ese canon maravilloso que cierra la proustiana Sonata de Franck, otro anuncio de un mundo cromático al que Debussy cambió el punto de vista.

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