ésta es una muestra para aficionados a la fotografía que también sabrán valorar quienes se interesen por las paradojas de la percepción. En general, todos los que sepan valorar el análisis: encontrarán en la sala cosas que ver, dan que pensar y se prestan a la discusión.
En los mitos del origen del mundo suelen destacar tres elementos: el surgimiento del espacio, el despuntar de la luz y el inicio del tiempo. Así ocurre en la Biblia. Yahvé, al separar las aguas, hizo emerger la tierra firme. Nace el espacio para los cuerpos que ya pueden moverse libremente en el aire. Prendió después la luz y el espacio se abrió ante los ojos. Con el espacio y la luz el tiempo empezó a correr. No debe extrañar, pues, que el arte vuelva una y otra vez sobre espacio, luz y tiempo, líneas maestras no ya de la vida sino de la conciencia misma de estar vivos. De ahí la reiteración del mito de la creación: desde la osadía de Miguel Ángel a la silenciosa contribución de paisajistas holandeses o románticos, sin olvidar esas arquitecturas medievales que hacen confluir la primera luz de un día en una escultura que el resto del año permanece en sombras.
Pero no son ésas las únicas formas de tratar espacio, luz y tiempo. El arte moderno lo hizo mediante el análisis. Moholy Nagy con los fotogramas estudió la huella que deja un objeto, al exponerlo a la luz sobre papel fotográfico, y las solarizaciones de Man Ray cultivaron el azar de una luz intempestiva en el proceso de revelado. Ecos de estos tanteos analíticos hay en las obras de Juuso Noronkoski (Helsinki, 1983) y Mikko Rikala (Tampera, Finlandia, 1977). Rikala cursó fotografía en Barcelona y Arlés, y completó estudios en la Aalto University de Helsinki, por la que también pasó Noronkoski tras estudiar en Amsterdam y licenciarse en la Universidad de Lahti (Finlandia).
El análisis destaca sobre todo en los trabajos de Rikala. Dos fotografías, en la pared derecha de la sala, muestran cómo la sombra de un vaso de agua sobre una mesa se alarga, a la misma hora del día, a medida que el sol baja durante el año. Frente a esas fotos, otra investiga los efectos de la luz sobre un espejo en una habitación en penumbra. En el recinto situado al fondo de la galería, el mismo autor experimenta con la incidencia de la luz en una superficie inclinada según sea transparente, translúcida u opaca, y en el muro del fondo de la sala tres fotografías de cumbres alpinas revisten diversos efectos de nubes, no a causa de la luz, sino de diferentes procesos de revelado. Rikala también recoge en una fuente cercana al Palacio de Oriente, en Madrid, la vibración que produce en el ambiente la complicidad entre la luz y las ondas que un cuerpo genera en la superficie del agua. Citaré aún una última obra: las ondulaciones producidas por la luz en el mar en un juego de reflejos y refracciones de unos delgados postes clavados cerca de la costa.
A la mirada analítica de Rikala, Noronkoski responde con otra más poética. Se advierte en El Tercer Sol. El autor partió de un paisaje marino crepuscular, una puesta de sol. Valiéndose de una lupa fue oscureciendo poco a poco la imagen, quemándola: era la acción de un segundo sol, distinto del que aparecía en la vista inicial. De tal oscurecimiento eximió a un círculo situado al fondo del paisaje. No sé si ese círculo coincide o no con el primer sol, el que presidía el paisaje, pero en cualquier caso es este tercer sol el que ahora brilla en la imagen. Hay sin duda una rememoración de la poética del paisaje pero lograda mediante un artificio que muestra que la fuerza de la luz puede surgir del contraste con la sombra.
Un trabajo más vinculado al espacio, Este lugar es ninguno, recoge las paredes de una habitación, sólo cubiertas de luz, mientras el autor, sentado de espaldas a la cámara, talla pequeños objetos que no vemos porque a la mirada sólo se ofrece la madera amontonada a la izquierda y los residuos de la talla acumulados a la derecha. Hay que citar por fin un breve vídeo en bucle que se limita a recoger la vibración en el aire de una pluma de ave fuertemente iluminada. Tiene la pieza una clara carga poética (y aun literaria) pero sólo la mirada atenta y la propensión al análisis pueden individualizar y llevar al arte un hecho tan simple que se resiste a recibir un nombre.
Noronkoski y Rikala eligieron Sevilla para su primera muestra en España. Los aloja la galería Alarcón Criado, fiel a su empeño de dar a conocer obras que se hacen más allá de los Pirineos, esto es, fuera de las acogedoras paredes domésticas. La iniciativa merecería una atención institucional que por el momento no existe. Esta falta de atención y las limitaciones presupuestarias del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo son síntomas de la miopía de las distintas instituciones ante una cultura inevitablemente globalizada.
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