Cultura

La otra memoria del 92

  • Cabe repensar, 25 años después, los acontecimientos culturales que certificaron, de manera simbólica, la admisión de España en el club de Occidente. El CAAC lo hace en una muestra

Fue un año importante. Más allá del V Centenario, la Expo 92 en Sevilla y los Juegos Olímpicos en Barcelona indicaban la admisión del Estado español en el club de Occidente. Incorporada a Europa y a la OTAN, la democracia española recibía reconocimiento público. Que esto se celebrara con aquellos acontecimientos culturales invita, 25 años después, a mirarlos con cierta profundidad. Profundidad basada no en ideas abstractas sino en la crítica institucional, una reflexión iniciada desde el arte, también hacia 1992. Indaga qué redes tienden Estados, fundaciones, empresas y en general, instituciones para conformar y estructurar arte y cultura. La muestra selecciona cuatro iniciadores de esa crítica: Mark Dion, Fred Wilson, Andrea Fraser y Renée Green. Aunque sus ideas se centran en el museo, dan pistas para repensar los fastos del 92.

Dion rescata de los fondos de un museo objetos y estampas de la expedición Shackleton al Polo Sur. El heroísmo tardorromántico de las piezas es mera ideología pues ¿qué impulsó semejante iniciativa sino el afán de abrir nuevos caminos a la economía productiva? Los hallazgos de Wilson son aún más duros: en Metalistería expone un exquisito juego de té junto a los grilletes con que se aprisionaba a los esclavos. Andrea Fraser, más sutil, señala cómo la gloria del museo revierte en sus patrocinadores aun dejando en la sombra las obras allí reunidas. Green finalmente señala que las artes decorativas, que amueblaron la vida diaria de las clases altas del pasado, no eran precisamente inocentes.

Varias obras, cáusticas, nos preguntan si somos conscientes del reverso oscuro del colonianismo

Desde estas ideas se puede mirar con otros ojos la Expo 92. Vayan por delante las cintas de grabaciones: ordenadas en los pasillos de la muestra, guardan imágenes de la Expo, hoy casi imposibles de ver, al cambiar la tecnología de los soportes. Con imágenes recuperadas, el CAAC ha elaborado una memoria filmada de la Expo que llena una sala. Junto a ella, otros objetos que pasaron a los fondos del centro: los obsequios a la Expo de visitantes ilustres. Sería pueril detenerse en su mal gusto: sabemos de sobra hasta dónde pueden llegar las instituciones.

Cintas, filmaciones y obsequios sugieren diversos planos de la Expo como acontecimiento cultural: ¿Qué memoria se quiso guardar? ¿Qué subyace al triunfalismo del acontecimiento? ¿Qué rango cultural le dieron las instituciones? Pero esto es sólo un preludio. La reflexión más seria la encadenan cinco autores invitados por el CAAC para hacer o mostrar obras sobre el particular. Patricia Esquivias filma el cactus gigantesco, verdadera escultura vegetal, alojado en la isla de la Cartuja desde que llegó de México. El cardón es un desterrado, como El olivo de Icíar Bollaín, con el agravante de ser un desconocido para la mayoría de los sevillanos: ¿qué indica el sostenido anonimato de esta planta?

Quizá la respuesta la dan las obras de María Cañas. Una de ellas reúne información de la Expo: carreras a la entrada del recinto para lograr ventaja en las colas, paseos de autoridades y visitantes insignes, y también las protestas contra la Expo y su nada piadosa represión. Pero junto a este vídeo, breve, otro más extenso muestra aspectos muy diversos de la cultura latinoamericana que apenas conocemos. La soledad del cactus no es sino índice y consecuencia de nuestra indiferencia hacia quienes hablan nuestra misma lengua.

Tal indiferencia viene de lejos. Lo sugiere el trabajo de López Cuenca y Elo Vega. En sucesivos planos de Sevilla han rodeado con círculos lugares relativos a la colonización de América o al comercio de esclavos. Junto a cada plano, un sucinto vídeo, textos e imágenes sugieren el sentido del enclave. Así aparecen el Consulado de Mercaderes o Casa Lonja (hoy Archivo de Indias), la Casa de la Contratación (en el Alcázar) y la Universidad de Mareantes (primero en Triana, Casa de las Columnas, después en el palacio de San Telmo). Son piezas de una estructura de poder. El Estado-nación español, al nacer en el siglo XIX, señalan los autores, convirtió esa estructura en glorioso pasado imperial pero ¿somos conscientes del sufrimiento que originó y la depredación que propició la colonia?

Las otras dos piezas, fechadas en 1992, reflexionan sobre el espectáculo (¿no fue eso la Expo 92?). Pilar Albarracín, entonces estudiante de Bellas Artes, hizo una videoperformance: en la calle y en el suelo aparece cubierta de pintura roja. La cámara filma a cuantos pasan, indiferentes o íncomodos. Curro González, más cáustico, retrata a artistas y críticos de arte en jarras de cerveza de cerámica: un modo de quitar importancia al arte que las instituciones enaltecen en provecho propio. La exposición se completa con un proyecto para la Expo que no se realizó. Si se hubiera seguido el diseño de Ambasz, Sevilla contaría hoy con un parque periurbano nada despreciable. Son rasgos de la otra memoria del 92.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios