Cultura

La música en la Catedral de Sevilla, pendiente de una reparación

  • Es urgente salvar obras ya al borde del desplome de maestros de capilla como Lobo, Xuárez, Rabassa, Ripa, Arquimbau, Eslava, Evaristo García Torres o Eduardo Torres

La música en la Catedral de Sevilla, pendiente de una reparación

La música en la Catedral de Sevilla, pendiente de una reparación

Los inmensos órganos, el rico patrimonio conservado en los archivos y los sorprendentes datos que proporcionan las actas capitulares atestiguan, junto a las crónicas y tantos testimonios que relataban la vida catedralicia, que la presencia, la importancia y el nivel de la música en las principales iglesias eran paradigmáticos. La expectación que generaban los estrenos musicales o los solos de algunos afamados cantores e instrumentistas que interpretaban la música que se oía en las catedrales era en ocasiones enorme.

La capilla musical es el conjunto de músicos que desde la Edad Media, contratados por instituciones religiosas, se encargaba de poner música en la liturgia de las catedrales y monasterios. En un primer momento, las capillas musicales estaban formada sólo por cantores, pero poco a poco fueron introduciéndose instrumentistas. Junto al órgano fueron llegando los instrumentos de viento, en su conjunto llamados ministriles, que tocaban dentro de los templos y fuera de ellos en procesión, y más adelante hicieron su aparición los instrumentos de cuerda, frotada y pulsada.

En el siglo XVI, la música de la Catedral de Sevilla destacaba en toda Europa

En el siglo XIV las capillas musicales se extendieron por las cortes reales y nobiliarias para poner música a los eventos cortesanos palaciegos. Disponer de grandes capillas musicales era un rasgo muy valorado en el entorno religioso y en el cortesano. Así, se conoce que las capillas musicales de los Reyes Católicos destacaban entre las del resto de monarcas europeos por el volumen de músicos que tenían a su servicio. Durante los siglos XV y XVI las capillas musicales alcanzaron su mayor esplendor como institución y en el siglo XVI, en pleno Renacimiento musical, la música en la Catedral de Sevilla destacaba en toda Europa. Ser músico era un oficio bien valorado y la posición más privilegiada en el gremio era la de maestro de capilla. El maestro de capilla era el encargado de coordinar, formar y dirigir la capilla musical, y accedía al cargo a través de una exigente oposición. No sólo se le exigía la excelencia del resultado sonoro, sino que entre sus cometidos estaba la composición de piezas destinadas a las festividades especiales y la educación musical y manutención de los niños seises. Los músicos de las capillas musicales, cantores e instrumentistas, que por norma general tenían exclusividad, disfrutaban de un buen salario que les permitía vivir cómodamente, y los mejores de ellos llegaban a ser importantes personalidades. La importancia del nivel de las capillas musicales en las cortes y catedrales durante el siglo XVIII fue tan importante que no sólo existía rivalidad entre unas y otras sino que los patrones pugnaban por llegar a tener a los mejores músicos.

Fue ya entrado el siglo XIX, con las desamortizaciones y las guerras, cuando cambió drásticamente el panorama musical, especialmente en las catedrales. Muchos músicos se vieron en la necesidad de desempeñar su oficio en diferentes instituciones simultáneamente. Desaparecían capillas musicales y sus músicos supervivientes se unían circunstancialmente para determinadas ocasiones. Se redujo, por tanto, la presencia de la música en los oficios religiosos, quedando relegada a la figura del organista, el canto llano y algunas celebraciones de enjundia.

Han pasado dos siglos y la situación de declive, al menos en la Catedral de Sevilla, parece que no ha mermado. Se restauran sus lienzos, vidrieras y esculturas así como sus retablos, muros y fachadas, pero su música, pendiente de una urgente reparación, víctima de la desidia, agoniza.

Mientras con total legitimidad se celebran en la Catedral conciertos de órgano, de marchas procesionales y saetas, de flamenco y hasta del Soto, los conjuntos locales amateurs y profesionales hacen los esfuerzos, más fuera que dentro de la Catedral, para que, más allá del mítico Miserere de Eslava, el inconmensurable patrimonio musical de valor incalculable que se custodia en sus archivos, su música, no se desplome. Y lo hacen gracias al apoyo de otras instituciones como la Universidad o el Ayuntamiento a través de su Festival de Música Antigua, o incluso sin ningún apoyo. Parece que sólo sacándola de su contexto litúrgico es posible restaurar al menos una pequeñísima parte de éste.

Otra pequeñísima parte sí que se puede oír, pero de qué manera, en algunos oficios litúrgicos como el baile de los Seises. El resto de la música que produce el cabildo catedralicio se reduce a la del órgano, la del canto gregoriano de los canónigos y la de su inestimable coral polifónica. La música de la Catedral de Sevilla ya no genera ninguna expectación. Nadie espera nada de ella, o nadie sabe que podría esperar algo de ella, pero de lo que no cabe duda es que la dignificación de la música en esas paredes, que si se mantienen firmes se debe en parte a la excelsa música que las ha acariciado, es cuando menos necesaria, urgente y justificada. Los feligreses de Santa María de la Sede que sufren la tortura del turismo, a la vez fortuna, merecen que la Catedral, a través de las manos de su maestro de capilla, les abra sus puertas con los mejores sonidos, su propio sonido, hoy agrietado y al borde del derrumbe, aquellos sonidos que creaban los antiguos maestros de capilla y que interpretaban sus capillas musicales.

Con sólo una pequeña parte de lo que desembolsa el turismo en el cepillo del Cabildo se podría ir restaurando algunos pilares de la música de la Catedral. Se trata sólo de voluntad, sensibilidad y, por supuesto, presupuesto. Seguro que así la escolanía de los Seises cantaría de nuevo a dos voces y sin portamentos en cada intervalo; seguro que así ampliarían su repertorio con el enorme y rico catálogo de coplas que con tanto amor dejaron escritas nuestros maestros de capilla; seguro que así la orquesta que la acompaña sonaría siempre afinada; y seguro que así la coral polifónica podría salvar, al máximo nivel, tantísimas obras ya al borde del desplome de maestros de capilla como Lobo, Xuárez, Rabassa, Ripa, Arquimbau, Eslava, Evaristo García Torres o Eduardo Torres.

Reinstaurar en la Catedral de Sevilla una capilla musical como institución a la vieja usanza podría resultar anacrónico e inapropiado, quizá no tendría sentido, o quizá sí, pero existen otras nuevas fórmulas para reparar la música de la Catedral. Si el Cabildo tiene la capacidad de encontrar nuevos recursos para el control y el confort de la invasión turística, o para la restauración de sus murillos y la de las caras de la Giralda con los mejores especialistas, seguro que tiene capacidad de hacer lo mismo con su música, su patrimonio. Existen responsabilidades: la voluntad, la sensibilidad y el presupuesto son del Cabildo; la energía y la gestión son sólo del maestro de capilla.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios