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Santos Juliá. Historiador

"Las nuevas izquierdas no tienen un programa para transformar el sistema"

  • El autor de 'Nosotros: los abajo firmantes', Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald, habla de las nuevas formas de debate, manifiesto y protesta en la actualidad, distintas al "lenguaje" de la Transición.

Santos Juliá nació en El Ferrol nada más terminar la guerra, en 1940, pero pasó toda su infancia en Sevilla y allí se hizo sacerdote para después colgar los hábitos y convertirse en uno de los historiadores de referencia para conocer los movimientos políticos españoles del siglo XX y, en especial, los movimientos de izquierda. Es uno de los grandes expertos en la figura de Manuel Azaña y, desde que en 1977 publicara La izquierda del PSOE (1936-1939),no ha parado de investigar en archivos y hemerotecas en viajes al pasado que han culminado con su última obra: Nosotros: los abajo firmantes, merecedora del premio internacional de Ensayo Caballero Bonald, que recorre algo más de un siglo de nuestra historia a través de los manifiestos de los intelectuales.

-Usted fue cura en las Tres Mil Viviendas.

-En el Polígono Sur. Fue una etapa muy corta de mi vida, de los 24 a los 26 años. Luego me fui de Sevilla y me dediqué a otras cosas.

-¿Era un cura rojo?

-No, un cura rojo no. Era más bien un compañero de viaje. En mi vivienda se reunían las comisiones del metal. Eran ilegales, pero la policía conocía esas reuniones, no eran, digamos, clandestinas. Era aquel momento de diálogo entre el cristianismo y el marxismo. Facilitábamos esos encuentros. Muchas parroquias estaban en eso.

-¿Qué diferencias observa entre aquellas izquierdas y las actuales?

-La izquierda de mi tiempo tenía la perspectiva de que la llegada al poder significaría la transformación de la sociedad, una convicción de que más allá de la democracia se encontraba el socialismo. La democracia significaba una vía hacia esa conquista. Aquello se derrumbó con el hundimiento de los regímenes socialistas. En la actualidad se asume el juego político que izquierda y derecha comparten.

-Las nuevas izquierdas, no las tradicionales, sí que hablan de la transformación de la sociedad.

-No veo que las nuevas izquierdas traigan un programa elaborado para esa transformación del sistema, que tiene un nombre, capitalismo. Si China, un estado comunista, no ha encontrado un sistema alternativo al capitalista, no parece que la nueva izquierda europea pueda cambiar las bases sociales y económicas en las que nos movemos. Lo que aprendió la izquierda en la Transición es que cualquier proyecto de transformación será siempre por reformas. No se puede derrumbar un sistema sólido por una decisión política.

-¿Qué papel han tenido los intelectuales en este aprendizaje?

-Tras la Segunda Guerra Mundial Francia marcó un poco las dos corrientes intelectuales. Una sería la que representaba Sartre, comprometido con la idea del nuevo hombre y el fin de la sociedad burguesa. La otra sería la de Raymond Aron, un observador crítico que indica el camino pero no se implica en la acción política. Denuncia, aguijonea... esa es su labor.

-¿Y quiénes fueron nuestro Sartre y nuestro Aron?

-No existió eso porque el franquismo no permitía ese juego y la influencia del exilio fue muy menor dentro. Lo que se produjo fue un movimiento estudiantil que en su primer manifiesto, en 1956, firmó como 'los hijos de los vencedores y los vencidos'. Era un nuevo lenguaje de no enfrentamiento que busca las claves para recomponer las costuras quebradas por la guerra.

-Es el germen de la Transición.

-Sin duda, un caldo de cultivo que creció durante los años 60. La Transición se desarrolló de esa manera por la existencia de ese lenguaje. Converge gente del franquismo, como Aranguren o Ridruejo, con militantes comunistas. Sin esos intelectuales no es posible entender la Transición.

-También supone el abandono del ideal total.

-El intelectual abandona su papel de profeta, se especializa más, no busca una verdad absoluta. Tienen una mayor presencia en el debate público y el debate se enriquece.

-En la actualidad no vemos muchos intelectuales en los debates del principal medio de comunicación, la televisión.

-La televisión no es el medio más apropiado para el debate intelectual, por lo que han sido sustituidos por los periodistas. En un debate se supone que uno habla y el otro escucha y, según lo que oye, puede transformar su pensamiento. En el debate televisivo uno quiere colocar su discurso al otro y si para ello tiene que quitar la palabra o gritar más lo hace. No es un debate intelectual porque el uno no está escuchando el argumento del otro. Aunque entiendo que un debate intelectual, que requiere tiempo y argumentación, no tendría mucha audiencia, no tiene el tiempo televisivo.

-En este escenario social ¿qué momento vive el manifiesto intelectual?

-Hay más manifiestos que nunca. La crisis ha supuesto una floración. La tarea del intelectual es crear estados de opinión, divulgar cambios y reformas. Todo eso se está produciendo en nuestro país.

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