reikiavik

Autor y director: Juan Mayorga. Director: Juan García Rodríguez. Ayudante: Clara Sanchís. Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Intérpretes: César Sarachu, Daniel Albaladejo, Elena Rayos. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Martes 1 de marzo. Aforo: Media entrada.

Si Raymond Bellour acuñó el término "solidaridad de las máquinas" para tratar de conceptualizar por qué en el cine resultaba estético que una cámara, por ejemplo, rodara un tren, habría que intentar dar con la manera de explicar algo parecido en el teatro, es decir, una intimidad secreta, autárquica y misteriosa que produjeran los cuerpos, las palabras y la escena en su devenir espaciotemporal cuando el demiurgo-autor chasqueara los dedos tras haber distribuido en secreto un esbozo de texto. Si eso fuera posible, si existiese algo así como una "solidaridad de los cuerpos", estaríamos cerca de atrapar esta gozosa Reikiavik de Mayorga.

Propone la obra una iniciación, la de un tercero que sedesvía, que, como aquel niño bernhardiano toma la dirección opuesta, en vez de al colegio, al parque, y queda imantado por el juego camaleónico de dos derrotados (Waterloo y Bailén) que escenifican las míticas partidas de Fischer y Spasski en la capital islandesa. Este juego, como siempre en Mayorga -el más wittgensteiniano de nuestros dramaturgos- implica uno en el lenguaje, y, finalmente, el dibujo de una forma de vida, la adecuación del ritual de las máscaras y la vida paralela a una determinada eternidad, la que asegura el relevo en el parque, una transmisión que también implica una condena.

Reikiavik funciona porque el trío de actores se cree esa intemperie de la que habla Mayorga, esa terra incognita al que el directo del teatro arroja una primera luz. Al gran Sarachu lo perseguíamos desde L'homme qui marche de Aurélia Georges; aquí lo reencontramos, inmejorablemente arropado.