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Flamenco | crítica

Cantos de viejas cadencias

  • El Maestranza acogió, un año más, el concierto 'Así canta nuestra tierra en Navidad'

María del Monte

María del Monte / Antonio Pizarro

En 1982 me casé con la señora Carrasco y comencé los tratos con la Caja San Fernando -todavía se llamaba así- sobre el préstamo para el piso que adquirimos en el Polígono de San Pablo en el que iniciamos nuestra vida juntos. Cuando llegaron las vísperas de Navidad a los clientes que pasábamos por la oficina de la Avenida Pedro Romero nos regalaban un cassette -que entonces todavía no se estilaba eso tan moderno del CD- con villancicos populares de Andalucía en las voces de muchos artistas flamencos que, con el título de Así canta nuestra tierra en Navidad, fue el primero de los muchísimos que siguieron obsequiando año tras año, instaurando así una costumbre que, de una forma u otra, con todos los cambios de nombre y estructura de la sociedad bancaria, ha llegado hasta nuestros días.

Cabe la vida entera en un soneto, escribió Manuel Machado. Nosotros podemos sustituir por recuerdo esa última palabra del verso con el que se iniciaba su poema Alfa y omega. Cabe nuestra vida en el recuerdo de aquellas alegres voces de un coro cuyo nombre ya se me fue de la memoria, que cantaban Una pandereta suena en el inicio de aquel cassette, el alfa de una omega que fue el concierto de anoche en el Teatro de la Maestranza. Los villancicos y coplas típicas de las que se cantan en los hogares andaluces en Navidad, que hace cuarenta años nos llegaban en grabaciones patrocinadas por la Obra Social de Caja San Fernando, anoche los escuchamos también en vivo, en el concierto anual organizado por la Fundación Cajasol, que sirvió además para ayudar con la recaudación obtenida con esta iniciativa a una entidad benéfica como la Fundación Alalá -alegría, en idioma caló-, que realiza desde hace diez años una gran labor social en el acercamiento de los colectivos desfavorecidos a través del arte, la formación y la cultura, siendo reconocido sobre todo el trabajo de educación de niños y jóvenes de Sevilla y Jerez en riesgo de exclusión social mediante la enseñanza del flamenco. El fruto de esa labor pudimos apreciarlo sobre el escenario cuando subieron a él los alumnos de estas escuelas de formación.

Los cantos de viejas cadencias que los niños cantan, de los que hablaba el otro Machado, son los que escuchamos esta noche en el teatro. Y la gente vibró, se emocionó con estas niñas y niños, adolescentes ya, que recibieron unos aplausos que seguramente a muchos de ellos le van a marcar un camino a seguir. Inocentes risas hechizando el cielo, labios de corales, dulces movimientos; todo brillaba en ellos con más puros reflejos que los dorados destellos de las otras estrellas de la noche: José Mercé, José Manuel Soto, Esperanza Fernández, Fausto Jiménez, Ari García, Alicia Gil, Laura Marchena, Estela la Canastera, Isabel Fayos, José Berenjeno, Judith Urbano y María del Monte, que ejerció también de maestra de ceremonias.

José Mercé José Mercé

José Mercé / Antonio Pizarro

Imbuido del alma de su paisano, el Niño Gloria, el primero de quien se tiene constancia grabada de que metiese por bulerías los villancicos tradicionales, José Mercé hizo florecer la semilla esparcida desde las antiguas zambombas en los patios y corrales de las casas de vecinos de su Jerez, desde donde han llegado principalmente todos esos villancicos que se acomodan a cualquier estilo flamenco, como pudimos comprobar durante toda la velada con los demás artistas invitados, sobre todo con él mismo, porque aunque llegó convaleciente de un fuerte catarro, nos deslumbró con su voz y nos dejó la impronta, heredada de su tierra, de los gitanos de Santiago y San Miguel cantando por bulerías, en sus interpretaciones. La cantaora sevillana Alicia Gil, que abrió la gala, nos trajo el regusto de aquellos tiempos en los que aquí también se celebraba así la Navidad, con sus abuelos, -la iglesia de los Gitanos no huele a iglesia, huele a mi agüela-, de los que aprendió los villancicos populares de tó la vida y que ahora echa de menos porque esa costumbre no se conserva en nuestros barrios, algo que ella sabe muy bien porque vive en uno de ellos, el de Pino Montano.

En una esquina la emoción con Alicia; en otra, la fiesta, igualmente contagiosa, con Ari García y sus rumbas de Por los montes de Judea, para llenar de alegría a todos los espectadores, que ocuparon el Maestranza por completo; la misma alegría con la que los pastorcillos le cantaban al mejor de los nacidos en el villancico de Estela la Canastera, sentada a su lado todo el rato. José Manuel Soto, más allá de que algunas de sus melodías no tengan trasfondo religioso, se acercó también con sus villancicos clásicos, de su autoría el primero e improvisado el segundo, que cantó ya en el corro final, a los sentimientos que afloran por estas fechas cada año entre nosotros. Como él, Laura Marchena también repitió participación este año, tras haber estado los dos en la de 2021. Más cercana a la copla que al flamenco, Laura abrió su pecho para que le saliese el corazón, como los de los pastores de su canción, que vienen cruzando el río para darle las buenas noches al que acaba de nacer en su cuna de flores. Isabel Fayos encendió candelas con su voz para alivio de la noche fría en Que corran las voces, Judith Urbano puso el acento granaíno y Fausto Jiménez el clasicismo de los gitanos que vinieron de Egipto, juntos en la rumba de Agacha la rama.

Esperanza Fernández Esperanza Fernández

Esperanza Fernández / Antonio Pizarro

Los pellizcos más apretaos nos los dieron Esperanza Fernández, de la que se dice que es la mejor voz femenina del flamenco en lo que va de siglo y José Berenjeno, que también estuvo el año pasado y seguramente se quedó con la copla que Remedios Amaya, acompañada al toque por Emilio Caracafé, hizo entonces de la Virgen María al Niño cantaba meciendo su cuna pa que no llorara, y la repitió aquí esta noche magistralmente, sin desmerecer de ella en absoluto, que pa eso es del jerezano barrio de La Plazuela y familia de los Moneo y el Agujetas. Y María del Monte dejó por un par de horas su título de Reina de las Sevillanas para convertirse en Reina de la Navidad sevillana, reina de las almas que saben amar y lo celebran con dulce cantar. Una celebración de la que todos fuimos partícipes.

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