Ópera de Ramón Carnicer con libreto de Felice Romani. Intérpretes: Yolanda Auyanet, Cristina Faus, Joan Martín Royo, David Alegret, César San Martín, Damián del Castillo y Manuel de Diego. Coro de la A. A. Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director: Santiago Serrate. Fecha: Jueves, 28 de junio. Lugar: Teatro de la Maestranza. Aforo: Dos tercios.

Ya me estoy imaginando a los que siempre desprecian los esfuerzos por recuperar nuestro patrimonio musical repitiendo el mantra cansino de que es una música menor, que carece de originalidad, que no es Rossini ni Donizetti y cosas así. Allá ellos con su cerrazón, porque se pierden una y otra vez disfrutar del placer de la sorpresa y del descubrimiento de que en nuestro país se estuvo siempre al tanto de lo que se hacía en Europa y que esta tierra no fue el erial creativo que les gustaría que hubiese sido.

Tras escuchar Cristoforo Colombo cualquiera sin prejuicios debería reconocer que se trata de una música de sólida factura, de inspirada vena melódica, de interesante orquestación, con una brillantísima escritura vocal y con momentos de gran valor musical, como el solo de corno de Pietoso ciel, el amplio pasaje solista del chelo (desaprovechado por Vanhuyse) de Stanco da tanti afani y la preghiera del final del segundo acto. No cabe hablar de imitación rossiniana porque Carnicer no hace sino compartir los mismos códigos estilísticos con los que trabajaban el público y la práctica totalidad de los operistas de hacia 1830.

Serrate realizó una dirección un tanto de brocha gorda, forzando siempre las dinámicas hasta el extremo de tapar a los solistas, en nada favorecidos por encontrarse embutidos entre un coro vociferante (la batuta les hacía cantar siempre de forte para arriba) y una orqueta que dejó mucho que desear (especialmente las cuerdas) en materia de empaste, conjunción y sonido. A destacar en los positivo a las espléndidas maderas (Sara Bishop al corno) y en lo negativo a las cuerdas graves.

Estupendo trío de barítonos en los solistas, empezando por un Martín Royo de contundente voz y fraseo elegante, áulico y autoritario, siempre con una espléndida línea de canto. San Martín y Castillo también lucieron bien timbradas voces, especialmente el primero, muy incisivo en su expresividad. Auyanet pareció no encontrarse cómoda en un papel demasiado ligero para su voz, a la que le cuesta atacar los agudos en piano, si bien en las cavatinas su legato fue impecable y conmovedor. Con evidentes apuros en el sobreagudo, Alegret dio cuenta de las complejas coloraturas de su partitura, pero con tonos caprinos en la emisión. Faus fue un torrente de voz, ancha y profunda, algo engolada quizás en el grave.