Si la coordinación entre los directores artísticos de la Sinfónica y del Maestranza no ya funcionase, sino simplemente existiese, no se deberían producir estos largos parones en los programas de abono cada vez que hay una ópera (un mes por cada título) ni se alargarían los conciertos, como este año, hasta mediados del tórrido julio, poniendo a prueba la paciencia y la entrega de los sufridos abonados.

Si sigue adelante el plan propuesto por Axelrod, ya nos podemos ir despidiendo de disfrutar de otras batutas distintas a la suya y eso le otorga más valor aún al concierto de anoche y de hoy, en el que se puede conocer a una estupenda directora como Joan Falletta.

De gestos elegantes y comedidos, pero muy claros y atentos a todos los detalles, la directora norteamericana hizo que la Sinfónica sonase con una tersura y un brillo magníficos en todas las secciones, merced a un empaste sobresaliente y a una entrega admirable dada la situación económica y organizativa del conjunto.

Con un fraseo sumamente delicado y poético desde el inicio de la obra de Ravel, cabe señalar en esta pieza la claridad y la transparencia de los juegos de colores tímbricos, muy cuidados por Falletta, así como las elegantes y muy bien dosificadas progresiones dinámicas, como ese crescendo que cierra El jardín encantado.

Aquí, como en el resto del programa, no podemos dejar de alabar la calidad de Paçalin zef Pavaci en sus intervenciones a solo como concertino. Y volvía Asier Polo con un concierto de Rodrigo de calidad muy por debajo del solista y de la orquesta; una obra repetitiva y en la que Rodrigo se autoplagia descaradamente en el tercer tiempo. Polo estuvo impresionante por la energía de su articulación, la calidad de su sonido y la delicadeza de su legato, como se pudo disfrutar en el bis de Granados.

Con La sirenita, Falletta supo en todo momento controlar la tensión de forma magistral.