Crítica 'Jane Eyre'

Tan perfecta e íntima como si Charlotte Brontë nos leyera su novela

Jane Eyre. Drama, EE UU, 2011, 115 min. Dirección: Cary Fukunaga. Guión: Moira Buffini, basado en la novela de Charlotte Brontë. Intérpretes: Mia Wasikowska, Michael Fassbender, Judi Dench, Jamie Bell, Sally Hawkins, Imogen Poots. Música: Dario Marianelli. Fotografía: Adriano Goldman. Montaje: Melanie Ann Oliver. Cines: Al-Ándalus Bormujos, Avenida, Cervantes, Cinesur Nervión Plaza 3D.

El talento, como el Espíritu, sopla donde quiere. Hasta en la aislada rectoría de Widfell Hall y en los ásperos páramos de Yorkshire donde transcurrieron las breves y dramáticas vidas de Charlotte, Emily y Anne Brontë. Las tres murieron jóvenes de tuberculosis. Charlotte con 39 años, Emily con 30 y Anne con 29. Pero no sin antes haber publicado Jane Eyre, Cumbres borrascosas o Agnes Grey. En vida únicamente Charlotte conoció el éxito. Sólo dos años después de su muerte, en 1857, la prestigiosa Elizabeth Gaskell escribió su extraordinaria Vida de Charlotte Brontë. El tiempo ha hecho justicia a las tres.

Los lectores, durante siglo y medio, han sido fieles a las desventuras de Jane Eyre y Rochester y a las de Heathcliff y Catherine. Por eso no han cesado las adaptaciones cinematográficas de Jane Eyre y Cumbres borrascosas.

La primera, que es la que hoy nos ocupa, pasó a la pantalla por primera vez en 1918 y desde entonces ha sido filmada ocho veces, a lo que hay que sumar cuatro adaptaciones televisivas. La mejor, hasta ahora, es la rodada por Robert Stevenson en 1944 con Orson Welles como Rochester y Joan Fontaine como Jane. Dos curiosidades: cuatro años antes la Fontaine había rodado Rebeca, basada en una novela de Daphne du Maurier claramente inspirada en Jane Eyre; y cinco años después Bernard Herrmann, autor de la extraordinaria partitura del Jane Eyre de Stevenson, anglófilo, amante de la literatura victoriana y devoto de las Brönte, estrenó su ópera Cumbres borrascosas.

Esta versión alcanza la de Stevenson y tal vez la supere, quedando como la mejor adaptación de la novela. El tiempo lo dirá. Cary Fukunaga es casi literal sin incurrir en la ilustración que se esclaviza a la novela; es fiel al espíritu de la época, no sólo en los decorados y el vestuario -espléndidos-, sino en el clima emocional, en la forma humanizada de filmar los paisajes como prolongación de los estados de ánimo o las pasiones de los personajes; evita la plana corrección de las adaptaciones literarias televisivas sin incurrir en extravagancias o alardes innecesarios. Puede recordar en este sentido a las rejuvenecidas a las vez que fieles lecturas que los directores del free cinema hicieron en los años 60 de los clásicos ingleses, como Lejos del mundanal ruido de Schlesinger.

Al igual que Ang Lee y su Sentido y sensibilidad, este director norteamericano hijo de un japonés y de una sueca demuestra con esta adaptación hiperbritánica de la inglesa Charlotte Brontë que no hay más alianza de civilizaciones que la que la cultura hace posible. No hay tiempo, sino un continuo presente, ni distancia, sino una cálida proximidad, en nuestra relación con los clásicos. Fukunaga ha logrado dar a su película ese presente y esa proximidad que están apresados para siempre en la novela. Sin servilismo, lo que la habría convertido en una mera ilustración, y sin soberbia, lo que la habría hecho fracasar; porque, ¿quién es capaz de crear a partir de Charlotte Brontë si no es con amor y con respeto hacia ella?

La primera entrevista entre Jane y Rochester, por ejemplo, revela una mano maestra. Dar tanta contenida intensidad a un diálogo -más bien un interrogatorio- entre dos personajes inmóviles sentados junto al fuego, concentrando en la dicción y la mirada el desafío que los va enfrentando y atrayendo, es un difícil ejercicio de simultáneo respeto al original -lo que vemos parece la plasmación de lo que imaginamos leyéndolo- y de talento cinematográfico. La huida de Jane de la mansión de Rochester, que abre y cierra la película con una de las pocas licencias que sobre el original se toma el perfecto guión de Moira Buffini (que ya había escrito un guión sobre esta novela para la BBC), es un gran momento victoriano que posee la fuerza melodramática de los cuadros de August Leopold Egg. Otra libertad se toma Moira Buffini, y subraya con su tono contenido Fukunaga: inyectar el buen juicio y la rectitud moral de Jane Austen en el borrascoso universo de las Brontë. Con ello se singulariza esta versión con respecto a su más grande contrincante, la gótica y atormentada de 1944 rodada por Stevenson a la que la interpretación de Welles y la música de Bernard Herrmann inyectaron un arrebatado romanticismo que esta versión elude hasta su final, cuando lo deja estallar entre las ruinas calcinadas de Thonrfield Hall.

Judy Dench parece haber nacido para interpretar a la señora Fairfax, aunque afortunadamente ha hecho muchas otras excelentes cosas. Michael Fassbender -aún en cartelera su extraordinaria interpretación de Jung en Un método peligroso- es un Rochester tan perfecto como el de Orson Welles. Dicho lo cual no cabe añadir más. Mia Wasikowska es un milagro. Su sensible, delicada y a la vez extremadamente fuerte y concentrada interpretación de Jane Eyre da al personaje el aire histórico de los retratos de Charlotte Brontë a la vez que el de idealización de la pintura victoriana. Su rostro sin artificio llena la pantalla con una emoción que a veces podría rozar lo dreyeriano. Su voz (si tienen la suerte de verla en versión original) vibra con los matices tiernos o desgarradores de un violoncelo. Su gesto interpretativo salta un siglo y medio hacia atrás para traernos, matizado por una serenidad austeniana, el trágico y apasionado universo de las Brontë como si Charlotte nos estuviera leyendo en voz alta la novela y a lo lejos se oyera ulular el viento en los páramos de Yorkshire.

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