Colección Grandes Maestros Españoles

Un pianista para Albéniz

Pocos compositores lograron captar el trasfondo y la esencia de lo español, que, en una sinécdoque compartida por casi todos los maestros románticos, es sobre todo lo andaluz, con mayores dosis de lucidez y estilización que Isaac Albéniz (Camprodón, Gerona, 1860 - Cambo-les-Bains, Francia, 1909), y pocos pianistas han entendido mejor esa trascendida recreación que el extremeño Esteban Sánchez (1935-1997), un músico fallecido en plena madurez, "el genio oculto del piano español", en muy descriptiva expresión del crítico madrileño Enrique Franco, que nos ha dejado algunas de las más impactantes joyas discográficas de nuestra música.

Si en el segundo número de nuestra colección, Sánchez brillaba a alturas estratosféricas en la más depurada e intensa integral dedicada a Falla que se haya grabado nunca, en el tercero deslumbra con un Albéniz tan personal como inigualable. Acaso sólo la gran Alicia de Larrocha ha alcanzado a decir algo parecido (aunque de forma bien diferente) sobre esta música seminal y omnicomprensiva. ¿Qué se puede decir de Iberia que no hayan dicho ya los más grandes? ("La maravilla del piano", Claude Debussy; "La obra maestra de la escritura para piano", Olivier Messiaen) Acaso sólo ofrecer unos datos: los doce números que componen la suite fueron escritos entre 1905 y 1908 y se dividen en cuatro cuadernos, cada uno formado por tres piezas. La luz, el color y los ritmos de España se filtran por estos pentagramas de alcance universal que sintetizan lo mejor de la tradición romántica vinculada a Liszt, el nacionalismo surgido con Pedrell, el lirismo de la música británica que el compositor conoció durante su larga estancia londinense y el emergente impresionismo francés.

En este disco se incluyen los dos primeros cuadernos de Iberia (un segundo volumen dedicado al compositor recoge los otros dos), que abarcan Evocación, El Puerto, Corpus Christi en Sevilla, Rondeña, Almería y Triana, y se completa con otra de las obras pianísticas dedicadas por el compositor a nuestro país, España: seis hojas de álbum, unas miniaturas de sabor nacionalista que Albéniz escribió en Londres en 1890, y con Torre Bermeja, el último número de una abigarrada colección de Doce piezas características publicada en 1888. El sentido del color, del ritmo, la mirada profunda y esencialista, la pureza del sonido, la capacidad evocadora de Esteban Sánchez, que registró estas obras para el sello Ensayo entre 1968/69 (Iberia) y 1974, no encuentra parangón en el mundo de la música grabada.

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