Crítica de Música

Dos pianos entre festivales

Rescatado in extremis de la extinción hace sólo unos meses, el Festival Internacional de Música de Cámara Joaquín Turina empezó ayer una experiencia nueva, un ciclo de conciertos entre cada edición del Festival, que, como es bien sabido, se celebra cada años.

La idea es reunir a jóvenes intérpretes con artistas consagrados que hayan pasado por alguna de las anteriores ediciones del certamen. Y abrió fuego Daniel del Pino (Beirut, 1972), uno de los más brillantes maestros del piano español de nuestros días, que se asoció con dos cántabros, Pierre Delignies Calderón, quien a sus 26 años y pasado por la Escuela Reina Sofía, empieza a hacerse oír con frecuencia, y Diego Rivera Gibert, tres años menor y del que personalmente no tenía noticias.

Del Pino empezó ofreciendo junto a Delignies la Suite nº1 de Arensky en interpretación fluida, de gráciles florituras virtuosísticas. Llegó luego la obra mayor, la Suite nº2 de Rajmáninov, con el febril virtuosismo de su Introduction y su Waltz (cita del Dies Irae, tan habitual en el compositor, incluida), apaciguado en el lírico Romance y vuelto a estallar en una oscura Tarantella escrita en modo menor. Derrame torrencial de notas con algunos pasajes no del todo nítidos (sobre todo en el Waltz). La segunda parte del concierto se volcó hacia el ritmo, original y complejo en las recreaciones hispanoamericanas de los Recuerdos de Bolcom, con referencias conocidas en las Danzas andaluzas de Infante (Del Pino-Rivera) y delirante en sus contrastes de color en el Scaramouche de Milhaud (Del Pino-Delignies).

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