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Crítica de Cine

La presencia del testigo ante los verdugos

Una imagen de la película del húngaro Ferenc Török.

Una imagen de la película del húngaro Ferenc Török.

En su compleja historia, Hungría, bajo la regencia del autócrata conservador Miklós Horthy, poco amigo en principio de los nazis con los que acabó pactando e integrándose en el Eje en 1941 para finalmente irritar a Hitler (entre otras razones por su renuencia a enviar los judíos a los campos de exterminio), sufrió la invasión nazi en 1944 y la subida al poder de Ferenc Szálasi, jefe del Partido Nazi Húngaro de la Cruz Flechada. La vida de los judíos húngaros hasta entonces no había sido un lecho de rosas. Hubo persecución, deportaciones a inhumanos batallones de trabajo y matanzas. Pero el horror total se desató con Szálasi y la invasión alemana. Casi al término de la guerra, entre marzo y diciembre de 1944, Eichmann deportó a 550.000 judíos a los campos de exterminio. Algunos de los episodios más horrendos se dieron con la llegada masiva de estos judíos húngaros: las cámaras de gas y los crematorios no daban abasto, los nazis sabían perdida la guerra y tenían que llevar a cabo el exterminio total.

La espléndida, original y sobrecogedora El hijo de Saúl contó el espanto último del exterminio de los judíos húngaros. 1945, estrenada casi a hurtadillas pese a su gran interés, cuenta el día después: la mala conciencia (en quien la tuviera) y el miedo (en quien colaborara en el exterminio y se beneficiara de él) entre los habitantes de un pueblo húngaro ocupado por los soviéticos cuando al final de la guerra dos judíos reaparecen en él. ¿Vienen a vengarse, si pueden, o a acusarlos de su colaboración en el exterminio? ¿Vienen a reclamar las casas, bienes y tierras que algunos lugareños se repartieron tras la deportación? Su mera presencia suponía una acusación y una amenaza. Se ha repetido, desde que se presentó en el Festival de Berlín, que esta austera película en blanco y negro tiene un cierto aire de western. Ya saben: el extraño que llega al pueblo poniendo nerviosos a quienes se hicieron sus dueños con métodos sucios y hoy se presentan como los prohombres de la comunidad. Hasta -como en Solo ante el peligro- todo sucede en la víspera de una boda, pero al revés. No se va a casar el héroe sino la hija de uno de los notables, antiguo colaborador de los nazis y actual lacayo de los comunistas. En los westerns los prohombres contratan a un pistolero para que el extraño no desvele el secreto de su infamia, de todos conocida y por todos callada. En esta película las cosas son más sutiles. El realizador Ferenc Török crea con rigor una tensión lindante con la crispación simplemente enfrentando la comunidad a su propia vergüenza o miedo a través de la presencia de dos judíos. Y enlaza las antiguas y nuevas opresiones y persecuciones en un siniestro carrusel de inhumanidad y cobardía. Procuren no perdérsela, pese a su rácana distribución.

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