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Cultura

Una promesa no cumplida

Compañía Mopa. Festival Internacional de Danza de Itálica. Producción del festival. Creadores en escena: Clara Tena, Élida Dorta, Juan Luis Matilla y Fran Torres. Creadores invitados al proceso: Manuel León Moreno, Thomas Hauert, Juan Domínguez y Roberto Martínez. Dirección musical: Daniel Alonso. Vestuario: Andrés González y Ellavied Alcano. Iluminación: Benito Jiménez. Fecha: Martes 9 de julio. Lugar: Teatro Romano. Aforo: Medio.

Mopa es una compañía de danza fundada en Sevilla por uno de los mejores bailarines andaluces, Juan Luis Matilla, hace ya más de 10 años, en los que ha desarrollado muy buenos trabajos y ha recorrido numerosos países. También Fran Torres es un buen actor y las dos bailarinas, Clara Tena y la canaria Élida Dorta, dos experimentadas performers.

Creemos necesaria esta premisa, sobre todo para los espectadores que salieron del Teatro Romano con el desconcierto pintado en el rostro. Y es que el arte es así, una promesa que a veces se cumple y otras, como el pasado martes, no. Matilla hablaba en el programa de afrontar irónicamente nuestras romerías, rituales y liturgias, y podría haberlo hecho puesto que, además de ser un magnífico bailarín, posee un don para el humor absurdo. Pero lo que vimos no fue más que un vía crucis por el escenario de decenas de cachivaches entre los que aparecía un capirote de nazareno, un tamboril del Rocío, etcétera. Objetos fatigosamente arrastrados por los intérpretes, de forma en apariencia caótica, con unas músicas -una canción de Lole, otra de Silvio...- que no logran pasar de lo local a lo universal, y que sólo lograron transmitir el tedio más absoluto.

No creemos que Mopa haya querido desperdiciar una ocasión como ésta, ni ponemos en duda que haya habido buenas miradas externas durante el proceso, pero es evidente que, al final, nadie ha logrado ordenar artísticamente el enorme material que han manejado. Tal vez hubiera bastado con ponerlo de forma gratuita en la calle, delante de una ermita (por aquello de la romería) para que algunas cosas cobraran valor. Quién sabe.

Lo que está muy claro, insistimos de nuevo, es que el Festival de Itálica no puede presentar trabajos de experimentación -que no de vanguardia- como el de Matilla y grandes ballets comerciales en el mismo espacio y para un mismo público. Bastaría con buscar espacios alternativos como ha hecho con el Monasterio de San Isidoro del Campo. Pero es de locos intentar repoblar las desoladas gradas del Teatro Romano, gracias a las poderosas redes de la institución que lo sustenta, invitando a grupos de espectadores de nuestros pueblos. Ése -a juzgar por los numerosos comentarios escuchados durante la representación- es el camino más corto para destruir lo que no han logrado aún destruir los recortes: la afición a la danza que queda en la provincia. Es muy grave.

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