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Crítica 'el consejero'

De lo sublime a lo ridículo…

El consejero. Thriller, EEUU, 2012, 117 min. Dirección: Ridley Scott. Intérpretes: Michael Fassbender, Brad Pitt, Javier Bardem, Cameron Diaz, Penélope Cruz, Goran Visnjic, Dean Norris, Natalie Dormer, John Leguizamo, Rosie Perez, Bruno Ganz. Guión: Cormac McCarthy. Fotografía: Dariusz Wolski.

Lo tenía todo. O mucho. Un guión del novelista Cormac McCarthy, bendecido por la crítica y apetecido por los productores tras las adaptaciones de sus novelas The Road y No es país para viejos, que debuta como escritor cinematográfico. Y un reparto de lujo encabezado por Michael Fassbender, Brad Pitt, Javier Bardem, Cameron Díaz y Penélope Cruz (bueno, Cameron y Penélope son lujo de bisutería, brillante pero sin quilates dramáticos; aunque hay que reconocer que la Díaz hace lo que puede por parecer la más mala de entre las malas) y nada menos que con Bruno Ganz como secundario de lujo. Lo tenía todo, o mucho, menos al director. Y una película sin director (o lo que es lo mismo con un director irregular tendente a hortera) es un barco sin capitán. Ni el guionista ni los actores pueden llevar a buen puerto una película en estas condiciones. Y para colmo de males el guión presenta graves problemas.

Ridley Scott es un caso raro que tiene en el platillo bueno Alien y Blade Runner, lo que no es poco. Pero tiene en el malo pifias como Legend, Black Rain, 1492. La conquista del paraíso, Tormenta blanca, La teniente O'Neil, Hannibal, Black Hawk derribado, El reino de los Cielos, Robin Hood o Prometheus. ¿Qué pueden esas dos grandes películas contra esta catarata de churros? No le ayudan Los duelistas a causa de su atmósfera algodonosa, que la somete a la horrenda moda fotográfica de su día, ni la aclamada Thelma y Louise, peor envejecida que algunos protagonistas del anuncio de la Lotería, ni la triunfal Gladiator, eficaz pero tosca. Tampoco le ayuda El consejero, que coloco en el platillo de los bodrios con la agravante de una calculada pedantería.

Por ser justos hay que decir que un cierto tufo pedante se desprende ya desde del guión, tanto por su tratamiento de personajes y situaciones como por su estructura y, sobre todo, por los diálogos sentenciosos, retóricos y pretenciosos. Se ve que McCarthy, al debutar como guionista, quería dejar claro que era un Gran Escritor, con "g" y "e" mayúsculas. El mal, la violencia, la crueldad, el erotismo, la derrota, el sinsentido de toda acción y el vacío de toda vida son convocados aquí con malas maneras cinematográficas. ¿Culpa del guión o de Scott? Creo que sobre todo del segundo aunque, como he dicho, con la cooperación necesaria del primero. Que se convierte en corresponsabilidad por ser el guionista también coproductor ejecutivo y por lo tanto en gran parte responsable de este bodrio que coproduce Scott.

Balanceándose entre el peor Scorsese y el tarantinismo con un toquecito enfático a lo Iñarritu, McCarthy y Scott narran el descenso al abismo de un abogado que pretende hacerse rico metiéndose en el mundo del tráfico de drogas; y el descenso aún más abajo del abismo de quienes viven en ese mundo presidido por un Bardem desmadrado (en peinado, vestuario y gestualidad) que parece un dibujito de Windsor McCay. Penélope y Cameron son sus parejas. Brad Pitt es un macarra que pasaba por allí.

Tanto la violencia como el sexo y la crueldad se representan con insinceridad esteticista. Lo que hipnotiza (como una serpiente a su víctima) en el universo desasosegante del novelista se vuelve en su guión, agravado por el look siempre publicitario que es la marca de Scott, exceso presuntuoso, impostura nihilista, tragedia de diseño, epatar al burgués (para quien está hecha esta película que no ignora cuánto le gusta al burgués que le epaten, y así sentirse más culto y permisivo; en este sentido esta película recuerda a Thelma y Louise).

Para cultivar el exceso ético y visual sin resbalarse en semen y en sangre hay que ser un genio. McCarthy tal vez lo sea. Eso dicen. Pero Ridley Scott, desde luego, no lo es. Cameron Díaz refregando el mismísimo por el Ferrari de Bardem, la grotescamente elaborada decapitación del motorista o el sangrado tipo matanza serrana de Brad Pitt podrían resumir la película: un largo anuncio con pretensiones de tragedia, perdida en sus excesos, ridícula a fuerza de pretender ser sublimemente desgarrada, sucia y desesperanzada. Pero tampoco engaña más que a quien quiera dejarse engañar: la música, los saltos iniciales del éxtasis de una Penélope orgásmicamente desencadenada al garaje de los narcos, a Cameron tomándose cócteles en el desierto mientras contempla el numerito del felino y a la conversación filosófica sobre los diamantes en Amsterdam, todo filmado y montado con la estética de anuncio propia de Scott, la delatan desde el principio.

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