Cultura

Un sueño (truncado) en las aulas

  • Un cuaderno monográfico analiza el rol que jugó Andalucía en la difusión de las ideas de la Institución Libre de Enseñanza

Este país, asegura la historiadora Encarnación Lemus con una media sonrisa amarga, "siempre ha tenido el arte de convertir en un problema" algo tan elemental para cualquier país como es "el derecho de todos a aprender". En este aspecto de la vida pública española, pocas empresas vienen a avalar tal afirmación con tanta rotundidad como la Institución Libre de Enseñanza (ILE), impulsada en 1876 por una serie de profesores universitarios agrupados en torno al rondeño Francisco Giner de los Ríos, todos ellos convencidos de que "podían convertir este país en otro reformando la enseñanza", liberándola de los estrictos corsés que había impuesto el sistema de la Restauración. "Casi, casi, casi estuvieron a punto de conseguirlo... pero al final no pudo ser, porque en este caso, como muchas veces en nuestras pequeñas y normales vidas, ganaron los malos", añade Lemus. Los malos, en este caso, son las instituciones franquistas que, una vez ganada la Guerra Civil, cerraron inmediatamente todos los centros vinculados al ímpetu regenerador de la ILE y, no contentos con esto, inhabilitaron a la gran mayoría de los profesores que se habían formado o desempeñado en él.

El mismo Giner de los Ríos dijo en una ocasión, refiriéndose al proyecto que supuso su gran sueño, que "lo que más necesitaban aun los mejores de nuestros buenos estudiantes era la mayor intensidad de vida, en espíritu y cuerpo; trabajar más, sentir más, pensar más, querer más, jugar más, comer más, divertirse más". Una declaración de intenciones casi tan revolucionaria en la España del último tercio del siglo XIX como hoy mismo, la cual se articuló mediante la creación de nuevos centros educativos laicos y liberales -en sus estatutos fundacionales la ILE se definía meridiamente clara, "ajena a todo espíritu e interés de comunión religiosa, escuela filosófica o partido político"- y que constituiría en gran medida la base, décadas después -porque "la educación no es para mañana, sino para pasado mañana", recuerda Lemus-, del esplendor de la conocida como Edad de Plata y de las reformas educativas de la Segunda República. No es de extrañar, pues, que en la orden ministerial por la cual la ILE quedaba expulsada del ámbito de lo posible, y de hecho arrumbada al desván lóbrego de las herejías, el coronel franquista Federico Montaner hablara de la influencia "perturbadora para la Infancia" de lo que para otros fue uno los sueños más nobles que ha tenido este país con respecto a su enseñanza pública.

El volumen pone el acento en las mujeres: qué aportaron y qué puertas se les abrieron

Bajo el título Renovación en las aulas, el último cuaderno monográfico del Centro de Estudios Andaluces, surgido de un seminario celebrado en Sevilla a finales de 2014, analiza el papel que jugó Andalucía en la difusión de aquellas ideas transformadoras. Coordinado por Lemus, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Huelva, el volumen ofrece en primer lugar, de la mano de la doctora en Pedagogía por la Universidad de Málaga Isabel Grana, una aproximación a los planteamientos pedagógicos que procuraron implantar Giner de los Ríos y otros andaluces dispuestos a rebelarse contra "la vieja modorra" nacional, entre ellos Nicolás Salmerón, Emilio Castelar, Gumersindo de Azcárate, Antonio Cánovas del Castillo o Práxedes Mateo Sagasta.

El cuaderno habla de educación, pero "particularmente", dice Lemus, "de las mujeres en la educación y de la educación para las mujeres". Y es que los institucionistas fueron pioneros en la defensa tanto de la incorporación plena de las mujeres a la sociedad y a la vida profesional como de una necesaria dignificación del ejercicio del magisterio. De estos aspectos particulares se ocupan en sus artículos la catedrática de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad de Granada Pilar Ballarín y la catedrática de Historia de la Eduación de la Universidad Hispalense Consuelo Flecha. Esta última, recién distinguida con la Medalla de Oro de Sevilla, pone el acento en las primeras mujeres andaluzas que, con casi todo en contra y sorteando muchas veces situaciones dignas de Berlanga -como aquella alumna que asistía a las clases desde un confesionario ante la obligación de estar apartada de sus compañeros varones-, se atrevieron a desafiar las convenciones de su época y acudieron a la universidad ya a finales del XIX aunque, por ley, no tendrían derecho a acceder con normalidad a la misma hasta 1910.

Completa el volumen colectivo el artículo que dedica Álvaro Ribagorda, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid, a las mujeres no menos audaces que decidieron ampliar sus estudios y garantizarse la realización profesional y la independencia económica matriculándose en la Residencia de Señoritas, creada en 1915 como grupo femenino de la Residencia de Estudiantes; centros ambos inspirados en los venerables colleges británicos y creados gracias al impulso de la ILE.

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