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Música clásica

El tenor sobrenatural

  • El sello Decca publica un álbum de tres discos para conmemorar el vigesimoquinto aniversario de la muerte del gran tenor florentino Mario del Monaco (1915-1982)

Hace poco más de un año tuve la ocasión de entrevistar para Diario de Sevilla, y junto a mi compañero Andrés Moreno Mengíbar, al gran tenor cordobés Pedro Lavirgen. Cuando le preguntamos por el cantante de su generación por el que había sentido mayor admiración, su respuesta fue inmediata y contundente: "Mario del Monaco. Cuando yo lo escuché en Madrid abrir la boca en el Esultate! del Otello de Verdi me dije: '¡Dios mío, esto no es un tenor! Estos son diez tenores cantando al unísono. Yo no sigo cantando, yo me vuelvo para Bujalance'. Era algo sobrenatural". Por suerte, Lavirgen no abandonó el oficio del canto, en el que llegó a convertirse en uno de los grandes de la escena española, pero su juicio no deja por ello de ser menos descriptivo de lo que muchos (profesionales y aficionados) pensaban entonces del tenor florentino.

Mario del Monaco (Florencia, 1915 - Mestre, Véneto, 1982) fue uno de esos cantantes capaces de marcar toda una época del arte canoro. Su debut en 1940 se produjo con uno de los títulos básicos del verismo (Cavalleria rusticana de Mascagni), estilo con el que más y mejor se le iba a relacionar en el futuro. Sin embargo lo primero que destacaron de él los observadores de la época fue su voz clara, de tenor lírico natural, la facilidad de sus agudos, y ello pese a una tesitura generosa en los graves y un color inconfundiblemente baritonal. Aunque actuó mucho durante los años de la guerra, no han quedado registros de su voz hasta terminada ésta. En 1946 debuta ya en el Covent Garden y al año siguiente en el Liceo. Al Metropolitan neoyorquino y al Colón de Buenos Aires llega en 1950, el año de su Aida milanesa junto a Callas (con la que ya había actuado en México). En esa década se impone como el gran tenor heroico del momento ("el más grande jamás oído", como comentó el barítono Ettore Bastianini al conocer la noticia de su muerte), lo que le llevaría hasta Wagner, que cantó en los años 60 en el mismísimo Bayreuth, con notable éxito. Se retiró de la escena en 1975.

Aunque su Lohengrin, su Samson o su Don José son ciertamente reseñables, el espacio natural de Del Monaco fue el de la ópera italiana, desde Verdi hasta Puccini. Su Otello es hoy mítico, como su Andrea Chenier o su Radamés. En una época como la actual, en la que hay especial gusto por las voces líricas y estilizadas, capaces de conseguir sonidos puros y bellos, en la que se venera a los grandes dominadores del repertorio belcantista, un tenor como Mario del Monaco puede resultar excesivo, exagerado, estentóreo, pero nadie puede negar a su voz un magnetismo animal.

Del Monaco fue un artista vinculado siempre a Decca, donde grabó muchas óperas junto a Renata Tebaldi. El sello británico ofrece aquí bajo el título de Il favoloso Mario del Monaco una cumplida selección de su catálogo: un primer disco dedicado a Verdi (Otello, Macbeth, Aida, Luisa Miller, Rigoletto...), que se cierra con fragmentos inéditos de su primera interpretación en vivo del Otello en Buenos Aires (1950); un segundo para Puccini y los veristas (Mefistofele, La Gioconda, Cavalleria Rusticana, Andrea Chenier, Fedora, Adriana Lecouvreur...); y un tercero que recoge grabaciones inéditas de fragmentos de Norma, Pagliacci, Romeo e Giulietta de Zandonai, La Bohème, Isabeau de Mascagni, Loreley y La Wally de Catalani, Carmen, Lohengrin, West Side Story y algunas canciones (O sole mio, Granada...). Edición con textos (alguno del propio tenor) y documentación fotográfica de alto interés.

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