Un homAntes de recorrer las esculturas de Anna Jonsson conviene mirar los vídeos y navegar por el gran mural de piezas bordadas (Borderías) a la izquierda de la entrada. Unos y otro ofrecen claves que harán más plena la comprensión de las esculturas y sobre todo permiten entrar en el mundo de la autora. Las dos contra-sirenas del vídeo Wahappen? (cabeza y tronco de pez, nalgas y piernas de mujer) apuntan a las crueles prótesis que moda y diseño imponen al cuerpo femenino que también puede deformarse por otras razones: la culpa, que alarga las manos y humilla el cuerpo de La mujer-perdón, o la acumulación de exigencias, aun contradictorias, que lo enredan y apresan como un pulpo (La pulpa en mí). Claro que no toda enajenación es impuesta: Srta. zapatos apunta al ensimismamiento al que puede llevar la compulsión fetichista del consumo. Los varones no salimos mejor parados: el neonazi (The 14) no logra decir más que dos frases, rancias como los símbolos que prolongan su cuerpo. Mejor aún es el Danzarín banana: presume de estar bien dotado hasta que observa a la chica que clava los dientes en un plátano y lo devora. Frente a todos esos que, forzados o no, viven fuera de sí hay quien tiene mundo propio. Como La lectora. En esa escultura (fuera de la sala) Jonsson reelabora un tema que se remonta a Corot. También lo lleva al vídeo entre irónica y tierna, La perra llorona.

La reflexión sobre la identidad, clave a mi juicio en la muestra, se extiende a dos temas de alcance. Uno de ellos, la multiculturalidad. Jonsson crítica las imposiciones del islamismo pero subraya su respeto a la mujer que las padece pero ha crecido sin duda con ellas. Y así se esboza el segundo tema: ¿qué ha hecho de nosotros la educación?, ¿cuántos miedos, falsas ilusiones, metas imposibles sembró en nosotros que nos acompañan como una sombra? Una escultura, Dejando huella, sugiere esta cuestión con tanta dureza como claridad: el bebé levanta los brazos pero ya lleva en su cuerpo el troquel del zapato de su madre.