Previsión El tiempo en Sevilla para el Viernes Santo

Cultura

La última voz del Pueblo

Biopic, Chile, 2011, 110 min. Dirección: Andrés Wood. Guión: A. Wood, E. Altunaga, G. Calderón, R. Bazaes. Fotografía: Miguel J. Littín. Música: Violeta Parra, Ángel Parra, Chango Spasiuk, José M. Miranda, José M. Tobar. Intérpretes: Francisca Gavilán, Cristián Quevedo, Patricio Ossa, Thomas Durand, Luis Machín, Vanesa González. Cine: Avenida.

La Violeta Parra (1917-1967) de Andrés Wood (Machuca) es una figura trágica, una de las más grandes voces de la canción folclórica y la poesía latinoamericanas del siglo XX, mujer libre e indómita, cuya vida aparece aquí marcada por el signo de la contradicción, la fatalidad, el trabajo, los principios insobornables, la desesperación y el amor fou.

Hay aquí trazas del biopic clásico, aunque Wood tiene a bien romper la linealidad narrativa y dar con una fórmula, activada por una entrevista televisiva, que reconstruye libremente, a golpe asociativo, como un puzzle emocional de ecos y resonancias, el trayecto de la mujer y la artista total, la madre y la soñadora, la buscadora incansable de canciones perdidas y la amante entregada.

En Violeta se fue a los cielos asistimos a la forja del gran mito chileno desde una infancia rural de penurias, formación y vagabundeo, de las giras y los concursos a la resistencia a los encasillamientos políticos y la oficialidad, del tesón por rescatar y reconstruir un verdadero sentido de lo popular a través de la música al abandono, cifrado en ese ojo en primerísimo primer plano que abre y cierra el film para recordarnos que es ésta una película narrada desde un lugar sin retorno.

Francisca Gavilán compone a un personaje memorable con fuerza y desgarro, con convicción y entrega, con grano de voz y una profunda melancolía en la mirada, en el sobrecogedor aliento lírico de cada canción, en el gesto agónico de quien hubiera querido aferrarse a la vida pero no tuvo las suficientes fuerzas para hacerlo.

Entre las idas y venidas, de la montaña perdida a las salas del Louvre, Wood encuentra en las canciones y la música los mejores momentos para su película, los mejores gestos cinematográficos de transición, vuelo y metáfora, a golpe de tiempo y montaje: El palomo que suena ante los mineros de Atacama, ese Jardines Humanos que canta en el concurso polaco mientras en Chile el hijo recién nacido enferma y muere, o la hermosísima Volver a los 17 que interpreta en la Embajada frente a un público indiferente mientras se fragua el proyecto de su Universidad del Folclor. Unos hermosos arreglos empastan esas escenas para darles un inusitado aliento épico, condensando en ellas el sentido del drama, de lo inevitable, que acaba cerrando el filme sobre sí mismo.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios