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Cultura

La vida se lleva el premio

  • 'Boyhood' consolida a Richard Linklater como uno de los autores de referencia del cine contemporáneo

A una película cuya existencia le ha llevado 12 años de trabajo, un periodo abierto a todo tipo de contingencias y posibles descalabros en un rodaje con un mismo elenco y con un protagonista no profesional (Ellar Coltrane) aprendiendo a actuar sobre la marcha, poco debe importarle que los premios en su propio país vengan, aunque sea de parte de la Asociación de la Prensa Extranjera en Hollywood, con algo de retraso.

Boyhood se presentaba hace casi un año en la Berlinale, donde obtuvo el Oso de Plata a la mejor dirección para Richard Linklater, para acumular a lo largo de 2014 las mayores adhesiones y el consenso de la crítica internacional que se recuerdan en mucho tiempo. Prácticamente no hay revista o crítico de prestigio que no la haya situado entre sus preferencias del año, compartiendo honores con cintas aparentemente más cinematográficas o radicales como Adiós al lenguaje, de Godard, o Cavalo dinheiro, de Pedro Costa.

Y es que uno de los grandes méritos de Boyhood es precisamente su sencillo despliegue de "momentos de una vida" en una historia de crecimiento sin demasiados puntos fuertes, sin excesivas tensiones, sin los ya clásicos giros de guión que han hecho del cine narrativo, y aquí estamos ante un auténtico tour de force del modelo en su variante río, el pilar fundamental del cine norteamericano.

En su cruce especular de vida y cine, en su modo híbrido entre las prácticas del documental, la televisión y la ficción, en sus maneras elípticas y formas suaves sin virtuosismo aparente, Boyhood desprende una honestidad que ha conquistado a la crítica y se ha ganado la identificación plena de los espectadores más sensatos para marcar un hito en el cine contemporáneo que consolida a Linklater como uno de sus autores de referencia. Y no sólo por esta película o por su magistral trilogía Before… protagonizada por Ethan Hawke y Julie Delpy, también deudora de nuevas gestiones con el tiempo, la narración y la vida del actor ante la cámara, sino por una ya larga colección de títulos que, más o menos comprometidos con su propio universo local y autobiográfico (Slacker, Movida del 76, Waking life, Bernie), o más bien orientados a lo alimenticio salvado con mucho oficio (Escuela de Rock, Me and Orson Welles), hacen del director de Houston un auténtico faro de independencia, rigor, sensibilidad e inteligencia en el páramo de una producción por lo general estandarizada y previsible.

Con todo, los Globos de Oro han reconocido a Linklater y Boyhood, también a Patricia Arquette por su estupendo papel de madre contra los elementos, al lado del ya clásico puñado de títulos mediocres o aparentes que sólo sirven para rellenar portadas y alimentar falsas expectativas de buena salud o calidad en el cine comercial que se hace hoy en Hollywood y alrededores: desde la pretenciosa y cargante Birdman de Iñárritu a las académicas y avejentadas La teoría del todo y Descifrando Enigma, cintas que en nada pueden competir con el filme de Linklater o incluso con Foxcatcher, de Bennett Miller, un potente y oscuro drama ambientado en el mundo del deporte y con un trasfondo trágico sobre los pilares y esencias traicionadas de la nación norteamericana.

A todas ellas nos las volveremos a encontrar a buen seguro en las próximas candidaturas al Oscar, donde, ojalá nos equivoquemos, Linklater tendrá ya muchas menos opciones de seducir a los académicos con su propuesta, carente de esos asideros fáciles (historias de superación, trasfondo histórico, mensajes redentores, grandes interpretaciones, etcétera) que suelen conquistar el voto conservador. Quién sabe.

Estos Globos de Oro nos dejaron también reconocimientos previsibles para una Julianne Moore como profesora con alzhéimer en la televisiva Still Alice, cuando su papel bueno del año era el de Maps of the stars, de Cronenberg; para Michael Keaton por su via crucis autoparódico y cargado de tics en Birdman; o para Eddie Redmayne por su portentosa imitación gestual (sic) del científico Stephen Hawking en La teoría del todo, otro biopic con genio, enfermedad y superación de inminente estreno.

Más alegría nos causa el Globo de Oro para Wes Anderson en la categoría de mejor comedia por su Gran Hotel Budapest, fiesta iconoclasta y melancólica que, a pesar del tiempo pasado desde su estreno, ha sido oportunamente recordada como una de las mejores cintas norteamericanas del año.

Pero son las series de televisión las que han alcanzado en esta última década un papel tan importante como el cine en la entrega anual de los Globos de Oro. Fargo (FX), adaptación de la película de los Coen, le ha ganado el pulso a la favorita y turbia True detective (HBO) en la categoría de mejor miniserie, con premio añadido para un estupendo e inolvidable Billy Bob Thornton como el implacable asesino a sueldo Lorne Malvo; mientras que The Affair (Showtime), un relato a dos voces de la historia de un adulterio, se ha hecho con el premio a la mejor serie dramática. La diversidad y el género han tenido en esta ocasión su recompensa con el merecido premio a Transparent (Amazon), la primera serie sobre la transexualidad con la que Jill Solloway se ha hecho con el Globo de Oro a la mejor comedia televisiva por entregas.

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