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Crítica de Música

Entre virtuosismo y plasticidad

El año que cumple los 30 años, la violinista moldava Alexandra Conunova se presentó en Sevilla interpretando con absoluta brillantez una de las obras predilectas del repertorio romántico. Partiendo de un sonido redondo, denso, carnoso, la joven moldeó una versión que supo atender tanto a los pasajes de mayor lirismo, que delineó con fraseo de atractiva morbidez y una capacidad soberbia para matizar el sonido en las dinámicas más tenues, como a los de más peso dramático, en los que mostró fogosidad y energía notables. Lírica y flexible en el canto extasiado del segundo movimiento, Conunova estalló en un virtuoso festival de colores en el impetuoso final y, con la ardua transcripción de un preludio de Rajmáninov, dejó una propina para el recuerdo.

Axelrod afrontó el segundo programa de su Amado Brahms con un acompañamiento menos ligero de lo esperable. La potencia del violín de Conunova le permitió mostrar las texturas orquestales en toda una gama de densidades que realzaron el movimiento de la solista. En la Tercera, el maestro texano optó por una visión en la que sacrificó algo de vigor rítmico (especialmente en el movimiento de apertura) para lograr una gran plasticidad articulatoria y, sobre todo, un extraordinario nivel de detalle en los diálogos entre familias instrumentales. Axelrod puso en valor el color tímbrico, se deleitó en el fraseo hasta provocar algunas caídas de tensión (Andante), fue siempre transparente (admirable Poco allegretto, en el que aunque jugó a gusto con el rubato eludió el riesgo del edulcoramiento) y remató con intensidad y garra crecientes en el Allegro.

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