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DERBI Joaquín lo apuesta todo al verde en el derbi

En la cruz, Jesús no se encuentra absolutamente solo. A pie firme está María junto a Él con el más joven de los discípulos. Reconforta su presencia, pero es compañía que hiere, porque nada hay que pueda doler más a un hijo que el sufrimiento de su madre. Terrible el dolor, inmensa la pena de Jesús. Sin duda, humanamente pasan por la cabeza del Señor los milagros, las miradas de arrobo de la gente que le oía en la montaña, los cánticos que le aclamaban como rey al entrar en Jerusalén, las protestas de fe de Pedro y los demás, la llamada a Judas para que le siguiera.

En la cruz, con certeza, el hombre-Dios contempla la ceguera de los sabios, el miedo de los acomodados, la cautela de los políticos, la prudencia de los sensatos, que no han podido entenderle, que no han querido seguirle. Recuerda entonces su mensaje en Cafarnaúm, el momento elegido para abrir del todo su alma a los que le seguían: "el que no come mi carne…" y cómo todos se marcharon hasta el punto de tener que preguntar a los apóstoles "¿vosotros también queréis dejarme?".

En la Cruz, al Dios-hombre se le representa el género humano, con todas sus flaquezas, su egoísmo, sus traiciones. Le aplastan la indiferencia y las futuras negaciones de los suyos, el hombre huyendo de Dios y de la propia condición humana y recuerda su profecía: cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?

Un dolor moral inimaginable y superior a cualquier sufrimiento físico inunda el alma del Nazareno y le hace sentirse solo, completamente abandonado. Toda la potencia de su paso firme con la cruz a cuestas por la calle amarga se torna debilidad. Es el precio de la redención que sólo Él puede pagar hasta la consunción de la deuda. Está extenuado. Con supremo esfuerzo se alza sobre sí mismo.

Terrible el dolor, inmensa la pena que reflejan los ojos vidriosos del Cachorro en ese instante en el que mira al Padre y se encomienda a Él entregándole su espíritu.

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