En estos días pasados se ha constatado a través de algunos indicadores económicos lo que se venía adelantando desde comienzos de año: que la velocidad que traía la economía desde 2015 ha empezado a ralentizarse. Hemos sabido que el frenazo del turismo se ha extendido a los meses de verano, los más importantes para el sector turístico. También hemos conocido los malos datos del paro y de la afiliación a la Seguridad Social del mes de agosto. El indicador de ventas del comercio minorista encadena ya tres meses de descenso. Las exportaciones, uno de los sectores que ha tirado de la economía, en el último trimestre lo hizo con menor fuerza. El Banco de España, por su parte, ha advertido del debilitamiento del consumo.

En suma, el PIB creció en el segundo trimestre un 0,6%, el peor dato en este periodo desde 2014. Y a las previsiones de crecimiento para los próximos trimestres no dejan de arañárseles décimas. Sin embargo, aunque menor, "el crecimiento seguirá siendo robusto en los próximos meses", manifestó ayer Nadia Calviño, la ministra de Economía y Empresa.

Pero mejor será no instalarse en la complacencia y contar con los varios e importantes shocks externos que pueden presentarse y perjudicar a nuestra economía. Como la guerra comercial abierta por Donald Trump, que ya nos ha afectado directamente, por ejemplo con la aceituna de mesa, y que habrá que ir viendo cómo se sigue desarrollando, porque pueden ser otros los sectores afectados o que nos repercuta indirectamente. O como la situación en Turquía y Argentina, y el posible contagio a otros emergentes, que podría perjudicar a numerosas empresas españolas, incluidas algunas del sector financiero, que tienen una exposición muy importante en esos países.

Tampoco podemos olvidarnos del Brexit, que estamos en la cuenta atrás, el final está previsto para marzo de 2019. Hay que recordar que el mercado británico supone el 7% de nuestras exportaciones. Y también su impacto podrá notarse en el turismo: uno de cada cinco turistas que llegan a España vienen de Reino Unido. Luego está Italia, el principal motivo de preocupación en Europa actualmente. Su bono cotiza por encima del 3%. Ahora nuestros bonos soberanos pueden estar beneficiándose de su crisis, pero si se desencadena allí el diabólico bucle entre banca y deuda soberana, puede desestabilizarse toda la Eurozona. Y por último, el riesgo más cercano es Cataluña, un problema político pero que puede tener adversas consecuencias económicas.

Nuestros gobernantes no deberían olvidar tampoco la posición de vulnerabilidad financiera en la que nos encontramos antes de aplicar sus recetas, que por ahora se han concretado sólo en aumentos del gasto. Ya no es posible tirar de deuda como se tuvo que hacer tras estallar la pasada crisis financiera. Nuestra deuda pública es altísima y muy dependiente de los inversores extranjeros. Y no vamos a contar para su sostenibilidad con el mismo nivel de ayuda que hemos tenido estos últimos años por parte del Banco Central Europeo, que quiere ir suavizado su expansiva política monetaria. Así que cuidado, que las alertas económicas pueden pasar del amarillo al rojo.

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