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El que piense que el protagonismo del Banco Central Europeo va a ser menor ahora que la las economías de la Eurozona están recuperadas se equivoca. La etapa actual es incluso más delicada que la pasada. Durante estos últimos años, el BCE ha comprado masivamente activos financieros, engordando su balance hasta los 4,5 billones de euros. No le va a resultar nada fácil deshacerse de todo eso. Tampoco va a ser moco de pavo subir los tipos de interés después de haberlos mantenido tanto tiempo por los suelos. El BCE quiere que la transición sea muy lenta, para no fastidiar la recuperación económica y para que no se produzcan turbulencias en los mercados financieros. Pero cualquier señal que augure un ritmo más rápido puede desatar el miedo. Y, como dijo Montaigne, "no hay cosa a la que se tenga que tener más miedo que al mismo miedo".

Ha pasado en EEUU, que nos lleva la delantera en este desarrollo. El conocido como el "indicador del miedo", tras una anormal calma chicha de meses y meses, dio de repente un respingo y subió a más del doble en una sola sesión de febrero. La Bolsa sufrió un importante descenso. Llevaba años creciendo gracias a la política monetaria, que fue debilitando el sentido del riesgo. Ha sido una primera cura de verdad: si los tipos de interés suben, esos precios no son correctos. La posibilidad de que la subida se acelerara por la política fiscal de Trump, que añade palos a una economía que arde con fuerza, desencadenó el proceso.

No le viene mal este suceso al BCE, porque ayuda a que en la Eurozona se tome conciencia de que progresivamente también aquí se irá caminando hacia la normalización financiera. De hecho, ayer, el BCE, que celebró un nuevo Consejo de Gobierno, dio un pasito más en esta línea, suprimiendo la posibilidad de aumentar el volumen de las compras, aunque mantuvo que podrían prolongarse en los términos actuales más allá de septiembre. Los tipos de interés permanecen sin cambios, y así seguirán hasta más allá de que el programa de compras cese.

Draghi se mostró optimista en cuanto al crecimiento, elevando una décima el esperado para la zona euro este año (2,4%). También afirmó que aún no hay presiones inflacionistas preocupantes. Y mientras la inflación lo permita, la retirada de los estímulos será muy gradual, y el BCE podrá conseguir que no decaigan las inversiones de las empresas, y que sigan generando empleo; que no se venga abajo el consumo de los ciudadanos; y que no haya pánicos en los mercados financieros.

Pero en la conferencia posterior salieron a relucir importantes riesgos que podrían perjudicar este proceso, como la guerra comercial que ha declarado Trump o la elevada deuda de algunos países europeos. No son los únicos riesgos. La incertidumbre política de Italia, la actividad económica de China o el problema catalán en España son otros, que aunque no se nombraran están sobre la mesa. Y de fondo de escenario, un mundo con una descomunal deuda, el 318% del PIB, por la que cada subida de tipos causará un gran efecto. En este complicado contexto, el BCE tiene que gestionar bien que no se desmande el miedo. Porque, como decía Sófocles, "todo son ruidos, para quién tiene miedo".

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