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El déficit de la balanza comercial se reconoce como uno de los desequilibrios crónicos de la economía española. En 2017 alcanzó los 26.663,7 millones de euros (2,3% del PIB, frente al 1,7% en 2016). A pesar de ello, el sector exterior es reconocido como uno de los principales baluartes de la recuperación de la crisis y de la confianza que inspira la economía española, por su dinamismo, entre las europeas. La causa de la complacencia es que las exportaciones no dejan de crecer. En 2017 aumentaron un 8,3% con respecto a 2016 y ya representan casi una cuarta parte (24,4%) del PIB, que es una proporción nunca alcanzada anteriormente. Ocho años de crecimiento continuado resultan insuficientes, sin embargo, para superar a las importaciones.

Con el sector exterior ocurre una curiosa paradoja. Cuando una economía es competitiva y consigue aumentar sus exportaciones, su PIB crece rápidamente, pero como las importaciones son muy sensibles al crecimiento, también aumentan. Sorprendentemente, la balanza comercial en una economía cuyo crecimiento responde a una mejora competitiva, tiene muchas posibilidades de cerrar en negativo. En parte es lo que le ha ocurrido a la economía española en 2017, cuando las importaciones, impulsadas por el fuerte crecimiento de los últimos cuatro años, han crecido un 10,4%, hasta situarse en un 26,7% del PIB, también el porcentaje más elevado de la historia.

El déficit comercial no desaparece por la naturaleza estructural de algunos componentes, pero se reduce significativamente con respecto a los años previos a la crisis, cuando llegó a superar el 9% del PIB. Entre los componentes estructurales figuran las importaciones de petróleo, que presionan sistemáticamente sobre el déficit, y los ingresos por turismo, que hacen justamente lo contrario y contribuirán a mantener en 2018 la inercia de los últimos años. En el capítulo de exportaciones, se mantiene el protagonismo de automóviles y sus componentes, pero que reducen su peso, y de productos agroalimentarios, que lo aumentan.

La explicación está en que los promotores del esfuerzo exportador han sido pequeñas y medianas empresas en sectores tradicionales, entre ellos el agroalimentario, que reaccionaron al cierre de la demanda interna durante la crisis, buscando mercados en el exterior. Como consecuencia de ello, el índice de complejidad de la economía española, que recogía Caixabank en su informe de abril, se ha reducido. España ocupaba en 2010 la posición 23 entre las 124 economías más complejas, pero desde 2015 figura en la 33. La complejidad de una economía se mide por el volumen de exportaciones de productos que pocos países son capaces de producir y se identifica con una señal de fortaleza a largo plazo.

La mejora de la competitividad española se percibe, por tanto, en mercados poco exclusivos y sometidos a fuerte competencia internacional. No cabe desdeñar por ello el esfuerzo de las empresas exportadoras, pero desde la perspectiva del conjunto de la economía sugiere que buena parte de esa mejora se ha debido a la devaluación interna que ha tenido lugar, es decir, a la repercusión en precios de la fuerte contención salarial de los últimos años.

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