Con la presentación de un entrenador de indiscutible rango, como es Manuel Pellegrini, el Betis 2020-21 adelanta hoy sus líneas maestras. Lo hace con el Betis 2019-20 aún latente, con el mismo pulso que Leonardo di Caprio agarrado a la tabla, pero vivo. Un equipo muerto no juega como el Betis en el Wanda. Pero volvió a perder, como si el destino ya le hubiera asignado el rol de gran decepción de la Liga. No se puede adjetivar con otro término que decepcionante el curso en verdiblanco si, en el optimista caso de que derrote a Alavés y Valladolid, acaba la Liga con unos magros 47 puntos. Quien tilde de aprobada esta hoja de resultados, sin que esté mediatizado por intereses personales, es un iluso.

Y he ahí la clave. La ilusión. Es la "esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo ", según la segunda acepción de la palabra en el diccionario de la RAE. Esa definición, la que embolsa una de las palabras más bellas de nuestro idioma, "esperanza", es la que espolea el ánimo del bético cada verano para renovar su admirable fidelidad y su confianza en una venturosa temporada en verde y blanco. Está legitimado por su amor incondicional y su orgullo.

La almendra está en la primera definición de "ilusión" que difunde el diccionario. "Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos". Ésta podía ser la segunda acepción, por detrás de la que apela a la esperanza. Pero es la primera. Quizás sea porque convenga advertir de que obnubilarse, vivir en una realidad paralela y dar la espalda a la calle sea de lo más pernicioso.

Empieza un nuevo Betis. Que el club trabaje desde ya despojado de ese insufrible victimismo y haga autocrítica. Y que los académicos que limpian, fijan y dan esplendor a todo lo que hacen Haro y Catalán no traten de difuminar la primera acepción de una palabra nuclear en nuestras vidas, "ilusión".