Todos, en algún momento de la campaña, han hecho alusión al cambio. Cambio para terminar con casi cuarenta años de perpetuación socialista. Cambio por las mejoras que necesitan la sanidad y la educación pública. Cambio porque los corruptos no tienen cabida en un gobierno democrático. Cambio porque lo blanco (en este caso rojo) alguna vez tiene que ser negro (inserte el color, entre morado, azul y naranja, que considere oportuno). Cambio para el progreso, el progreso de una comunidad autónoma cuyos índices de paro son alarmantes. Cambio para, como quisiera Blas Infante, volver a ser lo que fuimos.

La sociedad andaluza pide a gritos -también desde el sofá y a través de Twitter- un cambio en el gobierno que garantice mejoras sociales. Eso lo saben los candidatos, los permanentes y las nuevas incorporaciones, y con ello han decidido utilizar su mejor baza. Los andaluces estamos hastiados de llevar décadas en la casilla de salida, así que Marín, Rodríguez y Moreno han aprovechado la ocasión y nos han colocado la zanahoria del cambio. Ahora nos toca seguirla como caballo de feria. Susana pasa de cambios y va a por todas. Ella directamente nos convertirá en la élite, porque ella lo vale. Pero nadie sabe cómo sucederán todas esas cosas, ni los idílicos cambios ni el camino hacia el podio de los campeones. Tampoco nadie se lo cuestiona. Un paripé al que ahora llamamos debate electoral sirve como escenario en el que sentar las bases del juego por el que se decante cada candidato. Con eso creen que nos vale. Y tú más y yo menos; y mi camión es más chulo porque es más grande y el tuyo es una porquería porque te lo encontraste en la calle. Conversaciones de guardería con muchos papeles, cifras, datos y reproches para llegar a la misma conclusión: el cambio is coming.

Muchos votantes se sumarán al cambio (al de color, quiero decir) y esperanzados depositarán su voto a lo largo de hoy en una urna. Si no sale Susana habrá un cambio de aires, si la hasta ahora presidenta se convierte en reincidente también habrá un cambio para ser la potencia autonómica que nos promete. Al final todos ganamos (como siempre en una noche de elecciones). Pero lo cierto es que todos perdemos. Porque cuando en política se juega a ser encantador de serpientes con mensajes evocadores pero carentes de fondo y contenido, los cambios a muchos les quedan grandes y el camino hacia el progreso se convierte en camino a la perdición.

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